domingo, 2 de julio de 2017

Lecturas del día, domingo, 2 de julio. Poema "Ando por mi camino, pasajero..." de José María Souvirón. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del segundo libro de los Reyes (4,8-11.14-16a):

Un día pasaba Eliseo por Sunam, y una mujer rica lo invitó con insistencia a comer. Y, siempre que pasaba por allí, iba a comer a su casa. Ella dijo a su marido: «Me consta que ese hombre de Dios es un santo; con frecuencia pasa por nuestra casa. Vamos a prepararle una habitación pequeña, cerrada, en el piso superior; le ponemos allí una cama, una mesa, una silla y un candil, y así, cuando venga a visitarnos, se quedará aquí.» Un día llegó allí, entró en la habitación y se acostó. Dijo a su criado Guejazi: «¿Qué podríamos hacer por ella?» Guejazi comentó: «Qué sé yo. No tiene hijos, y su marido es viejo.» Eliseo dijo: «Llámala.» La llamó. Ella se quedó junto a la puerta, y Eliseo le dijo: «El año que viene, por estas fechas, abrazarás a un hijo.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 88,2-3.16-17.18-19

R/.
Cantaré eternamente
las misericordias del Señor


Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: "Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad." R/.

Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
camina, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo. R/.

Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (6,3-4.8-11):

Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,37-42):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»

Palabra del Señor

Poema:
"Ando por mi camino, pasajero..." de José María Souvirón

Ando por mi camino, pasajero,
y a veces creo que voy sin compañía,
hasta que siento el paso que me guía,
al compás de mi andar, de otro viajero.

No lo veo, pero está. Si voy ligero,
él apresura el paso; se diría
que quiere ir a mi lado todo el día,
invisible y seguro el compañero.

Al llegar a terreno solitario,
él me presta valor para que siga,
y, si descanso, junto a mí reposa.

Y, cuando hay que subir monte (Calvario
lo llama él), siento en su mano amiga,
que me ayuda, una llaga dolorosa. 


Breve comentario

Las palabras del Señor pueden parecernos no sólo exigentes, sino contradictorias. Por un lado, exige una atención acaparadora, exclusivista, absoluta, que no dejara espacio a otra realidad, o a lo menos sólo como presencia secundaria y prescindible. Por otro, afirma que hasta el más pequeño gesto al servicio de su amor tendrá su recompensa. Hay gratitud, fidelidad, pero a costa de pagar el precio de una preferencia, diríamos, abusiva.

Esta sería una lectura muy superficial de sus palabras. Como ha comentado hoy el sacerdote en la homilía, hay cosas que sólo desde el amor se entienden. En primer lugar, el amor a los padres, al cónyuge, a los hijos, no queda excluido o negado por el amor a Dios. La preferencia por Dios indica el orden de la creación: si amamos a nuestros padres, hijos y cónyuge es porque Dios nos ama: es Dios el que nos hace amables para el otro. Y nos ama incluso antes de esos lícitos amores humanos; es más, nos ama antes de habernos otorgado la existencia. No se trata sólo (que también) del precio pagado por el Hijo para nuestra salvación, precio de sangre en la cruz, sino que la raíz de todo amor es Dios mismo. Es lógico, pues, ese orden de prelación. En una vida ordenada a Dios, los amores humanos alcanzan su máxima plenitud, su perfección.

Consecuencia natural de esta jerarquía del amor es la gratitud divina en que Dios no dejará sin premio o recompensa todo gesto genuino de atención a aquellos que le representan de un modo u otro en esta tierra, pues todo cristiano que sigue a Cristo es una imagen del Hijo para el mundo. Para Dios dar un vaso de agua fresca a un cristiano es tan importante como cualquier otro acto humanamente más destacado: es como dar de beber al Señor mismo. Cuando expresamos el amor a Dios aun en pequeñas acciones o incluso en la oración íntima y solitaria, todo será tenido en cuenta en su momento. Así como nuestros pecados le ofenden gravemente, nuestros actos de amor hacia Él, le agradan y conmueven. Como todo amante, Dios busca ser correspondido, busca nuestro amor; y cuando nos alejamos de Él por nuestros pecados, espera pacientemente a que nos volvamos a acercar para perdonarnos y reiniciar así la relación.

Me gusta el poema elegido no sólo por su belleza formal, sino por la idea que expresa. La soledad es quizá el rasgo más destacado de nuestros tiempos, del hombre contemporáneo. Vivimos rodeados de cosas y comodidades en general, de relaciones humanas la mayoría de ellas superficiales; hacemos de nuestras vidas un conjunto de experiencias inconexas por su falta de sentido o profundidad, basado en una forma de entender el goce y el bienestar aún más banal. Hoy Madrid ha vivido (padecido habría que decir) el día, dicen, del "Orgullo". Centenares de miles de personas exhibiendo su desnudez, no ya corporal, que es lo menos importante (aunque muy significativa), sino espiritual: bailaban y cantaban para disfrazar su tremenda soledad, como silbamos para ocultar nuestro nerviosismo. Lo peor no son las relaciones homosexuales de las que se envanecen: lo peor es la mentira de afirmar que eso es amor, es vida, es ni siquiera placer. Y están orgullosos de mentirse...

Como hijo de mi tiempo que no puedo evitar ser en algunos aspectos, también la soledad ha marcado mi vida de un modo profundo, y no sólo por la ética oficial con la que hemos de convivir. Tuve carencias importantes en momentos claves de mi vida que me han pasado un larga y cara factura.  Así, puedo decir como S. Agustín que no sólo tarde amé al Señor, sino que lo amé como ama un solitario, en soledad. Mi experiencia cristiana apenas ha contado con referentes vivos, salvo un caso que fue quien me llevó a la conversión, pero que Dios se lo llevó muy pronto de mi lado. La experiencia del poeta es la mía: siempre me he encontrado solo, incluso aislado, en todas las épocas de mi vida, y aun hoy no me he liberado de ese estigma. Pero tras mi conversión también siempre he sentido esa presencia a mi lado de un modo u otro, una compañía que he ido sabiendo ver o detectar aquí y allá en personas sencillas que estaban de algún modo llenas de Dios o en situaciones que indicaban su huella. Esas precarias condiciones del desarrollo afectivo de mi vida me han ayudado a entender con más claridad que Dios ha de ser lo primero en el corazón del hombre, pues de Él irradia todo el amor posible. Siempre que me he podido abrir a alguien, Su presencia en mí era más fuerte que nunca. Y de esto sí que estoy orgulloso: de que Dios me quiera. Es imposible que podamos devolverle ni siquiera de la forma más ínfima tanto amor gratuito. Por ello, no escatimemos en gestos de amor cuando atisbemos su presencia en los hermanos. Y no por la recompensa, sino por el amor que nos habita, que de Él procede.   

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