miércoles, 15 de marzo de 2017

Lecturas del día, miércoles, 15 de marzo. Poema "Soledad sin olvido" de Manuel Altolaguirre. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro de Jeremías (18,18-20):

Dijeron: «Venid, maquinemos contra Jeremías, porque no falta la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni el oráculo del profeta; venid, lo heriremos con su propia lengua y no haremos caso de sus oráculos.» Señor, hazme caso, oye cómo me acusan. ¿Es que se paga el bien con mal, que han cavado una fosa para mí? Acuérdate de cómo estuve en tu presencia, intercediendo en su favor, para apartar de ellos tu enojo.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 30,5-6.14.15-16

R/.
Sálvame, Señor, por tu misericordia

Sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás, R/.

Oigo el cuchicheo de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida. R/.

Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (20,17-28):

En aquel tiempo, mientras iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará.» Entonces se le acercó la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición.  Él le preguntó: «¿Qué deseas?» Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?»
Contestaron: «Lo somos.» Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.» Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Soledad sin olvido de Manuel Altolaguirre
 
¡Qué pena ésta de hoy!
Haberlo dicho todo,
volcando por completo
lo que pesaba tanto,
y ver luego que todo
se queda siempre dentro,
que las palabras fueron
espejos engañosos,
cristales habitados
por fantasmas sin vida;
que todo queda dentro
con sus negras presencias,
insistentes, doliendo. 
 
Breve comentario
 
El Señor en su paso por este mundo fue el incomprendido por excelencia. Para descargo de sus discípulos hay que reconocerles que el Mesías era el ser más desconcertante que jamás haya existido para la mente humana, pues la mente de Dios es completamente distinta a la nuestra. Los judíos esperaban a todo un Rey en majestad, poder, omnipotencia, que infundiera respeto y miedo, victorioso general, fuerte e implacable con sus enemigos. Pero resultó que su poder, siendo infinito, se vistió de las galas más humildes; se encarnó en un hombre socialmente insignificante, cuyo discurso es tan paradójico como su figura: viene a servir, no a mandar; a entregarse para morir, y de la forma más ignominiosa, tras ser torturado y vejado como al peor de los delincuentes; y al fin resucitar tres días después. En verdad, era demasiado para sus pobres mentes, aunque el mismo Dios se encargara de derramar su gracia sobre ellos.
 
Quizá por deformación profesional, me quedo, sin embargo, hoy con la experiencia humana de soledad del Señor. Pensamos que las cruces de nuestra vida son grandes sucesos trágicos o dolorosos: una enfermedad o un accidente graves, la muerte de seres queridos, una ruina económica, sufrir una guerra o una hambruna, o catástrofes naturales... Quien pasa por estas circunstancias, pasa por una cruz, evidentemente; pero las cruces más graves son las que no advertimos, las repetidas, las crónicas. Una de las peores cruces es la soledad, la vívida sensación de que no se parece pertenecer a este mundo, de que no se encuentra lugar en él, donde la comunicación de un alma con otra es imposible, donde no se halla un consuelo para descansar, compartir, apoyar la cabeza, confiar verdaderamente. Aunque Cristo conocía lo que le esperaba en su paso por entre los hombres, no dejó de padecerlo. No es lo mismo conocer algo, un dolor futuro, que pasarlo. Y Él bebió del cáliz que el Padre le destinó hasta la última gota, mucho antes de su muerte en la cruz. El Señor expone a sus discípulos su destino, y ellos, no ya sin comprender, sino siquiera sin escuchar, le interrumpen con sus mezquindades tan humanas de preferencias, protagonismos, lugares privilegiados, etc. No sólo siguen considerando que el poder de Dios es el del gran amo político o militar, sino que ellos aspiran a ser a su vez sus virreyes. La conversión de los corazones dos mil años después no nos es más fácil que a los primeros cristianos. Seguimos igual de ciegos; seguimos dejándolo igual de solo y abandonado que el primer día, seguimos pensando como hombres, y así asimilar a nuestras banalidades la grandeza espiritual amorosa del Señor. Con mucha más precisión, concisión y belleza lo expresa Altolaguirre:
"¡Qué pena ésta de hoy!
Haberlo dicho todo,
volcando por completo
lo que pesaba tanto,
y ver luego que todo
se queda siempre dentro"

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