jueves, 23 de marzo de 2017

Lecturas del día, jueves, 23 de marzo. Poema "Yo jamás he visto un yermo..." (poema 1052) de Emily Dickinson. Breve comentario

Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías (7,23-28):

Esto dice el Señor: «Esta fue la orden que di a mi pueblo: "Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo. Seguid el camino que os señalo, y todo os irá bien." Pero no escucharon ni prestaron caso. Al contrario, caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la cara. Desde que salieron vuestros padres de Egipto hasta hoy, os envié a mis siervos, los profetas, un día tras otro; pero no me escucharon ni me hicieron caso: Al contrario, endurecieron la cerviz y fueron peores que sus padres. Ya puedes repetirles este discurso, seguro que no te escucharán; ya puedes gritarles, seguro que no te responderán. Aun así les dirás: "Esta es la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios, y no quiso escarmentar. Ha desaparecido la sinceridad, se la han arrancado de la boca"».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 94,1-2.6-7.8-9

R/.
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón»


Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron,
aunque habían visto mis obras.» R.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,14-23):

En aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y se cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.»

Palabra del Señor
 
Poema:
"Yo jamás he visto un yermo..." (poema 1052) de Emily Dickinson 

Yo jamás he visto un yermo
y el mar nunca llegué a ver
pero he visto los ojos de los brezos
y sé lo que las olas deben ser.


Con Dios jamás he hablado
ni lo visité en el Cielo,
pero segura estoy de a dónde viajo
cual si me hubieran dado el derrotero.


"I never saw a Moor..."

I never saw a Moor--
I never saw the Sea--
Yet know I how the Heather looks
And what a Billow be.

I never spoke with God
Nor visited in Heaven--
Yet certain am I of the spot
As if the Checks were given--

Breve comentario

No hay nada peor en esta vida que un corazón endurecido, que unos ojos que miran sin ver, que una voluntad que se niega a querer, que el silencio de quien, pudiendo hablar y compartir, calla. Sin duda, personas así ya viven en esta vida el infierno de una penitencia que continuará tras su muerte, de persistir en semejante actitud, por toda la eternidad. Y hay muchos así. Ni la presencia de Dios haciendo milagros delante de ellos lograría que ese desierto pudiera ser regado con el agua que sacia definitivamente nuestra sed. Dios respetará la voluntad de aquellos que eligen su propia condenación: una vida sin Él.

Jesús en su paso por esta tierra no dudó en devolver la vista a los ciegos, el oído a los sordos, el habla a los mudos, el movimiento y el vigor a los paralíticos. Sin Dios podremos ver lo que queramos y estaremos ciegos, oir lo que deseemos y estar sordos, hablar sin parar y sólo silencio producirán nuestras gargantas. Y, sí, hay muchos que prefieren mutilarse a sí mismos antes que abrirse al misterio que les daría plenitud.

Dickinson fue una mujer de una sensibilidad exquisita, como su originalísima poesía. Nadie escribió como ella antes, ni nadie supo escribir como ella después. Personalmente, no soy aficionado a su poesía; me cuesta sintonizar con su estilo expresivo, cosa que me ocurre con otros grandes autores; pero lo importante (aunque para los estudiosos de la literatura sea lo principal) no es tanto el camino estilístico que recorrió como su modo de ubicarse en la realidad y darle forma con su sensibilidad única. Dickinson, de familia ilustre de abogados, jueces y políticos, que recibió una buena formación académica para la época (mediados del XIX en Estados Unidos) dada su condición de mujer, vivió una vida recluida muy influida por la más que estricta moral de la fe puritana en la que se educó y creció. Durante la mitad de su vida, casi treinta años, apenas salió de la casa paterna en la que vivía, y durante todo ese periodo de su vida, el mundo que conoció fue el de su localidad natal (Amherst, Massachusetts). Durante los últimos años ni siquiera salía de su habitación. Sin embargo, su mundo interior, a la vez sencillo y rico, apasionado y vitalista, estaba poblado de belleza, de armonía, de esperanza, de amor. Dickinson, como tantos otros, aun apenas sin ver con sus ojos, veía lo que nadie alcanzaba a distinguir; aunque sólo oía el canto de los pájaros de la hacienda de su padre y las voces de los amigos de éste que lo visitaban, escuchaba distintamente matices en los que nadie reparaba; aunque jamás publicó poema alguno (sólo cinco, y alguno sin su autorización), dejó escrita una vastísima obra de casi dos mil poemas que representan la cima de la lírica norteamericana: muda, su lenguaje y su voz eran maravillosos.

No importa que seamos ciegos, sordos y mudos para el mundo: sepamos ver, oír y hablar lo que no alcanzan aquellos que viven sólo de los sentidos y las apariencias. No hay peor condenación en esta vida y en la vida eterna que un corazón endurecido: no endurezcamos nuestro corazón, amigos. Dios se sigue haciendo presente en nuestras vidas y capacitándonos para ver, oír y hablar su verdad.  

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