martes, 21 de marzo de 2017

Lecturas del día, martes, 21 de marzo. Poema "Perdón" de León Felipe. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la profecia de Daniel (3,25.34-43):

En aquellos días, Azarías puesto en pie, oró de esta forma; alzó la voz en medio del fuego, y dijo: «Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia. Por Abrahán, tu amigo; por Isaac, tu siervo; por Israel, tu consagrado; a quienes prometiste multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, como la arena de las playas marinas. Pero ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia. Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros o una multitud de corderos cebados. Que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados. Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro, no nos defraudes, Señor; trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia. Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor.»


Palabra de Dios

Salmo

Sal 24,4-5ab.6.7bc.8-9

R/.
Recuerda, Señor, tu ternura

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R.

Recuerda, Señor,
que tu ternura y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,21-35):

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Perdón de León Felipe
 
Soy ya tan viejo
y se ha muerto tanta gente a la que yo he ofendido
y ya no puedo encontrarla
para pedirle perdón.
Ya no puedo hacer otra cosa
que arrodillarme ante el primer mendigo
y besarle la mano.
Yo no he sido bueno...
quisiera haber sido mejor.
Estoy hecho de un barro
que no está bien cocido todavía.
¡Tenía que pedir perdón a tanta gente...!
Pero todos se han muerto.
¿A quién le pido perdón ya?
¿A ese mendigo?
¿No hay nadie más en España...
en el mundo,
a quien yo deba pedirle perdón?...

Voy perdiendo la memoria
y olvidando todas las palabras...
Ya no recuerdo bien...
Voy olvidando... olvidando... olvidando...
pero quiero que la última palabra,
la última palabra, pegadiza y terca,
que recuerde al morir
sea ésta: Perdón.
 
 
Breve comentario
 
Dios es misericordioso porque es Amor. Y el amor y la misericordia exige, implica o, a su vez, es perdón. Dios creó un mundo en el que la libertad fuera posible, al menos para su criatura corpórea superior, el ser humano. El hecho de la libertad, que no puede darse sin la posibilidad de la inteligencia, la razón y el conocimiento, nos hace muy poderosos a la vez que muy frágiles, pues nos permite errar, alejarnos de Dios, optar por el mal o desear y juzgar erróneamente lo que nos conviene. Ante esa nueva circunstancia ontológica y ética, que, insisto, nos hace simultáneamente tan poderosos como débiles, el perdón es necesario. El perdón de Dios, pero también el perdón entre los hombres.
 
Para perdonar hay que ser consciente primero de la propia naturaleza pecadora del que perdona. De no ser así, nos sentiríamos como una suerte de jueces éticamente superiores, y nuestro perdón no pasaría de ser un ejercicio de orgullosa condescendencia con el que es inferior a nosotros. Y perdón, no lo olvidemos, es ante todo una manifestación de amor, jamás de superioridad de nada con respecto a nada ni a nadie. Sólo cabe una excepción, si bien es relativa: cuando el perdón procede de Dios. Digo relativa ya que, si bien Dios es evidente que está por encima de sus criaturas en todo, su perdón es una de las manifestaciones más excelsas de su amor. 

Ahora bien, no debemos olvidarnos de una dimensión que el perdón posee, y que pasa más desapercibida, consecuente de la anterior: para perdonar a otros antes debemos saber perdonarnos. Es bueno saberse pecadores, pero también debemos ser conscientes de nuestra fragilidad, de nuestra constante necesidad de perdón. Con ello no se pretende defender la idea de una suerte de indulgencia plenaria de nuestros actos e intenciones, sino reconocernos que estamos esencialmente marcados por el pecado, y aunque hemos de procurar no pecar, la fuerza para lograrlo no depende de nosotros, sino de la gracia de Dios. Por ello, Dios nos perdona siempre cuando nos sabemos culpables y arrepentidos. Acudir a la misericordia del perdón divino no nos debe hacer más escrupulosos en cuanto que más perfeccionistas o rigoristas con nosotros mismos y con los demás, sino más conscientes de nuestra debilidad, lo que nos lleva a desarrollar esa necesaria comprensión de nuestros actos y motivaciones y de los ajenos.
 
Así las cosas, si Dios, que es perfecto y omnipotente, perdona nuestras miserias cuando nos arrepentimos de ellas, cómo nosotros no vamos a perdonar a los demás cuando no somos mejor que ellos. En este punto habría que decirle a nuestro anciano poeta (qué profunda honradez de corazón cuando al final de su vida reconoce de forma grave y desnuda: "Yo no he sido bueno") que no importa que los ofendidos por sus pecados hayan desaparecido: siempre la misericordia divina está dispuesta a limpiar lo que no pudimos reparar a tiempo. No son pocas las conversiones que se iniciaron al acudir a confesarse, después incluso de toda una vida de alejamiento. Sepámonos, pues, pecadores, y sepámonos perdonarnos para poder perdonar las veces que haga falta; y siempre acudamos a la misericordia divina mediante la confesión sacramental, pues aunque es bueno implorar en diálogo íntimo con el Señor su perdón, debemos utilizar el instrumento adecuado para realizarlo. Y ello por una razón muy sencilla de entender, y que late en toda esta explicación: hasta para perdonarnos Dios quiere la participación del hombre, en este caso de sus ministros los sacerdotes, escuela humana también para saber perdonarnos entre nosotros. El sacerdote es la persona más consciente de que existe del amor de Dios, de su propia debilidad humana y de la de los demás. Teológica, espiritual, moral y hasta existencialmente es la persona más adecuada para administrar el perdón de Dios. Acudamos a ellos.

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