sábado, 2 de julio de 2016

Lecturas del día, sábado, 2 de julio. Poema "La visita" de Antonio Trujillo Téllez. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la profecía de Amós (9,11-15):

Así dice el Señor: «Aquel día, levantaré la tienda caída de David, taparé sus brechas, levantaré sus ruinas como en otros tiempos. Para que posean las primicias de Edom, y de todas las naciones, donde se invocó mi nombre –oráculo del Señor–. Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que el que ara sigue de cerca al segador; el que pisa las uvas, al sembrador; los montes manarán vino, y fluirán los collados. Haré volver los cautivos de Israel, edificarán ciudades destruidas y las habitarán, plantarán viñas y beberán de su vino, cultivarán huertos y comerán de sus frutos. Los plantaré en su campo, y no serán arrancados del campo que yo les di, dice el Señor, tu Dios.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 84

R/.
Dios anuncia la paz a su pueblo

Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos
y a los que se convierten de corazón.» R/.

La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. R/.

El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,14-17):

En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?»
Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan.»

Palabra del Señor

Poema:
La visita de Antonio Trujillo Téllez

Déjame entrar Señor que tengo prisa…;
que he de volver a un mundo apresurado,
inmerso en la ambición y en el pecado,
huérfano de la luz y de la risa.


Déjame entrar que mi dolor precisa
hacer un alto en el camino andado;
porque tengo, Señor, de tan cansado,
el gesto vago y la virtud remisa.


Déjame entrar, Señor, sólo persigo
pararme un rato, recobrar la calma,
pensar un poco y dialogar Contigo.


Soy el mismo de ayer tu viejo amigo,
déjame entrar a confortarme el alma;
luego, Señor, cuando queráis… prosigo.


Breve comentario

Tendemos a entender este famoso pasaje de los odres y los vinos viejos y nuevos como si fuera una cuestión de blancos y negros. Nacemos al hombre nuevo en virtud de la gracia, y el hombre viejo desaparece para siempre. Como diría un científico, la vida no se compone jamás de variables discretas. Así como no existe un negro absoluto en el alma del hombre, el negro del pecado, sin mezcla de blancura, tampoco existe el blanco puro sin mancha, salvo en Cristo y en la Inmaculada. Somos una mezcla de lo más variapinta de grises, de matices de blancos y negros inextricablemente unidos, de hombre viejo y de hombre nuevo. Y ello a pesar de la gracia operante en nosotros.

Si lo entendemos bien, esto no está en contradicción con la certeza de que aquel que se abre a la acción de Dios opera un cambio formidable, sustancial, hacia la "blancura", por así decir, de su corazón, a un nuevo nacimiento o renacimiento a ese hombre nuevo. Para cada uno Dios tiene un destino, un camino reservado, que debe descubrir en ese diálogo interior con el Señor en su vida. Y en ese camino de descubrimiento, en su esencia, en lo más interior de su desvelamiento, sólo está la criatura y el Señor. Lo que opinen otros sobre sus decisiones no debe perturbar este diálogo. Pero lo cierto es que los demás existen, el mundo existe, el pecado existe, y el propio camino de discernimiento de esta vocación de seguir a Cristo (esto no es sólo algo para ordenados) sigue manchado del hombre viejo, del vino viejo, del odre viejo, aun en menor medida que antes de entrar en este sagrado diálogo interior.

Lo que me gusta de este poema es su sencillo realismo que cualquiera (me atrevería casi a decir que incluso no creyentes) hemos vivido en infinidad de ocasiones. El mundo desgasta, las cegueras ajenas desgastan, las cegueras propias aún más, esa mezcla agotadora de grises en nuestra alma y en la de los demás siempre en conflicto (que en lenguaje psicológico podríamos llamar ambivalencia, o, algo peor, doble mensaje) nos agotan. Por seguir con el símil, nos vamos ensuciando de negrura.

La realidad, la única que existe, es que debemos bregar con nuestras mediocridades; hemos de vivir y convivir con ambos odres, con ambos vinos, con las dos edades del alma. Y esperar de forma activa que en nuestro trato cotidiano con el Señor, Él vaya haciendo y deshaciendo lo que sea menester en nosotros, sabiendo que casi nunca será de un golpe. Así suele querer operar el Señor en nosotros. A un santo del calibre de Pablo de Tarso jamás le quitó las espinas que le punzaban en lo más profundo, a pesar de sus repetidas súplicas para que le librase de ellas. Ya sabemos cuál fue la respuesta que recibió del Señor: con la gracia debía bastar, pero con una gracia que sólo nos podía hacer fuerte en la debilidad. Lo dicho, nunca nos libraremos en esta vida de la mezcla de blancos y negros. Todo lo demás está en función de esta realidad.

[Nota: quisiera felicitar desde aquí a D. Guillermo Juan Morado, que acaba de cumplir 25 años de su ordenación sacerdotal].

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