miércoles, 6 de julio de 2016

Lecturas del día, miércoles, 6 de julio. Poema "Treno" de José Luis Tejada. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la profecía de Oseas (10,1-3.7-8.12):

Israel era una viña frondosa, y daba fruto: cuanto más eran sus frutos, más aumentó sus altares; cuanto mejor era la tierra, mejores monumentos erigía. Tiene el corazón dividido, ahora lo expiará: él mismo destruirá sus altares, abatirá sus estelas. Ahora dicen: «No tenemos rey, no respetamos al Señor, ¿qué podrá hacernos el rey?» Desaparece Samaria, y su rey, como espuma sobre la superficie del agua. Son destruidos los altozanos de los ídolos, el pecado de Israel. Cardos y abrojos crecen sobre sus altares; gritan a los montes: «Cubridnos», a los collados: «Caed sobre nosotros.» Sembrad justicia y cosecharéis misericordia. Roturad un campo, que es tiempo de consultar al Señor, hasta que venga y llueva sobre vosotros la justicia.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 104

R/.
Buscad continuamente el rostro del Señor

Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas;
gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor. R/.

Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro.
Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca. R/.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,1-7):

En aquel tiempo, Jesús llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca.»

Palabra de Dios

Poema:
Treno de José Luis Tejada

Lo que yo daría por
conocer, como una piedra,
mi sitio, mi plan, mi sino.

Lo que yo haría por no
tener que tomar la rienda
y decidir el camino.

Todo esto que se nos pide
y que casi se nos impide.

¿Libres? pero poco, ciegos
pero no del todo, atados
con eslabones de goma.

Podemos creer, creemos
podar los ramos, los remos,
todo es una mala broma.

Alguien nos mira tender
el gesto hacia el mar. Perder
la fuerza, el valor, la gana.

Alguien que se nos deslíe
con el tiempo, y se sonríe
por detrás de su mañana.

Y habrá que rendir, paciencia,
cuenta de tanta impotencia,
y acusarse de haber sido

tal y como se nos hizo:
un mechón de Dios, un rizo
a un viento de azar movido.

Maldita sea la hora
en que uno se para, explora 
la camisa de once varas

donde nadie le mandó
entrar, desde entonces no
vuelve a ver las cosas claras.

Al menos no he vuelto yo.

Breve comentario

La vida cristiana ha de ser la realidad más sencilla del mundo. Sentir que Alguien nos llama (y por nuestro nombre como a los apóstoles), responderle que sí, y obedecerle. Sin embargo, siendo esto tan sencillo, ya no lo es en nuestros tiempos en los que vivimos marcados por la soledad y el desarraigo. Para el hombre contemporáneo, y también para los católicos que hoy somos, unos más y otros menos, hijos de nuestro tiempo, no queda clara la llamada ni la presencia de Aquél que dicen que nos quiere. Por otro lado, la obediencia no tiene buena prensa, y más si es para propagar una verdad que ya no se considera tal, o al menos no merecedora de semejantes esfuerzos y compromisos. Los católicos hoy podemos defender la existencia de Dios y asumir en parte su mensaje (en aquello que nos requiera menos esfuerzo cumplir), pero desapareció en combate la tarea de apostolado y de enseñar al que no sabe, pues ya no nos sentimos llamados a nada por nadie, ni esperamos que nadie nos reconozca siquiera por nuestro nombre.

La unidad de los apóstoles, hombres sumamente sencillos y algunos sumamente pecadores, en torno al Señor y su Palabra, característica primordial de aquella primera Iglesia, ha desaparecido casi por completo. Es verdad que hoy somos bastante más de mil millones de bautizados; es verdad que se cuentan por miles los templos católicos por todo el mundo, desde humildes parroquias hasta imponentes catedrales; es verdad que no faltan los que siguen sintiendo la llamada del Señor y su presencia en sus vidas con la misma claridad con que la pudo sentir Pedro o Pablo; es verdad que sigue habiendo misioneros, teólogos, monjes contemplativos, sacerdotes y obispos, cardenales y papas... Y, sin embargo, se ha perdido aquella sencillez de sentir la llamada a cada uno, sentir la presencia del que llama y obedecer. Somos hoy incluso los católicos ovejas descarriadas, sin pastor, o, por desgracia, como "francotiradores", luchando por nuestra cuenta, en soledad, en silencio, sin sentimiento de comunidad ni de pertenencia, sin ayudarnos entre nosotros en nada, sin conocernos siquiera nuestros nombres, perfectamente extraños. ¿Compartimos una fe? No compartimos nada, pues sencillamente no compartimos.

Debemos volver a sentir que la llamada de Dios a cada uno de nosotros, que nos llama por nuestros nombres, de mil formas, en mil momentos, casi siempre en lo más banal y cotidiano, y también en situaciones especiales o importantes, en los sufrimientos y los gozos de cada día, se sigue produciendo hoy como en tiempos de los apóstoles. Pero hay que saber percibirlo. No pocas veces nosotros mismos hacemos difícil que el Señor se deje ver o percibir en los corazones de los demás. Dios no ha cambiado en nada en estos dos mil años. Somos nosotros los que nos hemos hecho sordos, impermeables y aun desobedientes a su llamada. Y así nos va como creyentes y como Iglesia. Volvamos a la sencillez de corazón de la que aún podemos ser capaces; y siempre lo vamos a ser sean cuáles sean las circunstancias históricas que nos toque vivir, pues estamos hechos para esa sencillez, por esa sencillez.

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