domingo, 24 de julio de 2016

Lecturas del día, domingo, 24 de julio. Poema "A un río le llamaban Carlos" de Dámaso Alonso. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro del Génesis (18,20-32):

En aquellos días, el Señor dijo: «La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.»
Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán. Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: «¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?»
El Señor contestó: «Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.»
Abrahán respondió: «Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?»
Respondió el Señor: «No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.»
Abrahán insistió: «Quizá no se encuentren más que cuarenta.»
Le respondió: «En atención a los cuarenta, no lo haré.»
Abrahán siguió: «Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?»
Él respondió: «No lo haré, si encuentro allí treinta.»
Insistió Abrahán: «Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?»
Respondió el Señor: «En atención a los veinte, no la destruiré.»
Abrahán continuó: «Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?»
Contestó el Señor: «En atención a los diez, no la destruiré.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 137,1-2a.2bc-3.6-7ab.7c-8

R/.
Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste

Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R/.

Daré gracias a tu nombre,
por tu misericordia y tu lealtad.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.

El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros, me conservas la vida;
extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo. R/.

Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (2,12-14):

Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo, y habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Estabais muertos por vuestros pecados, porque no estabais circuncidados; pero Dios os dio vida en él, perdonándoos todos los pecados. Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,1-13):

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.»
Él les dijo: «Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación."»
Y les dijo: «Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle." Y, desde dentro, el otro le responde: "No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos." Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?»

Palabra del Señor

Poema:
A un río le llamaban Carlos de Dámaso Alonso
                                         
                    (Charles River, Cambridge, Massachusetts)  
                               
Yo me senté en la orilla:
quería preguntarte, preguntarme tu secreto;
convencerme de que los ríos resbalan hacia un anhelo y viven;
y que cada uno nace y muere distinto (lo mismo que a ti te llaman [Carlos).

Quería preguntarte, mi alma quería preguntarte
por qué anhelas, hacia qué resbalas, para qué vives.
Dímelo, río,
y dime, di, por qué te llaman Carlos.


Ah, loco, yo, loco, quería saber qué eras, quién eras
(género, especie)
y qué eran, qué significaban «fluir», «fluido», «fluente»;
qué instante era tu instante;
cuál de tus mil reflejos, tu reflejo absoluto;
yo quería indagar el último recinto de tu vida:
tu unicidad, esa alma de agua única,
por la que te conocen por Carlos.


Carlos es una tristeza, muy mansa y gris, que fluye
entre edificios nobles, a Minerva sagrados,
y entre hangares que anuncios y consignas coronan.
Y el río fluye y fluye, indiferente.
A veces, suburbana, verde, una sonrisilla
de hierba se distiende, pegada a la ribera.
Yo me he sentado allí, sobre la hierba quemada del invierno para [pensar por qué los ríos
siempre anhelan futuro, como tú lento y gris.
Y para preguntarte por qué te llaman Carlos.


Y tu fluías, fluías, sin cesar, indiferente
y no escuchabas a tu amante extático
que te miraba preguntándote,
como miramos a nuestra primera enamorada para saber si le fluye [un alma por los ojos,
y si en su sima el mundo será todo luz blanca,
o si acaso su sonreír es sólo eso: una boca amarga que besa.
Así te preguntaba: como le preguntamos a Dios en la sombra de los [quince años,
entre fiebres oscuras y los días—qué verano— tan lentos.
Yo quería que me revelaras el secreto de la vida
y de tu vida, y por qué te llamaban Carlos.


Yo no sé por qué me he puesto tan triste, contemplando
el fluir de este río
Un río es agua, lágrimas: mas no sé quién las llora.
El río Carlos es una tristeza gris, mas no sé quién la llora.
Pero sé que la tristeza es gris y fluye.
Porque sólo fluye en el mundo la tristeza.
Todo lo que fluye es lágrimas.
Todo lo que fluye es tristeza, y no sabemos de dónde viene la [tristeza.
Como yo no sé quién te llora, río Carlos,
como yo no sé por qué eres una tristeza
ni por qué te llaman Carlos.


Era bien de mañana cuando yo me he sentado a contemplar el [misterio fluyente de este río,
y he pasado muchas horas preguntándome, preguntándote.
Preguntando a este río, gris lo mismo que un dios;
preguntándome, como se le pregunta a un dios triste:
¿qué buscan los ríos?, ¿qué es un río?
Dime, dime qué eres, qué buscas,
río, y por qué te llaman Carlos.


Y ahora me fluye dentro una tristeza,
un río de tristeza gris,
con lentos puentes grises, como estructuras funerales grises.
Tengo frío en el alma y en los pies.
Y el sol se pone.
Ha debido pasar mucho tiempo.
Ha debido pasar el tiempo lento, lento, minutos, siglos, eras.
Ha debido pasar toda la pena del mundo, como un tiempo lentísimo.
Han debido pasar todas las lágrimas del mundo, como un río [indiferente.
Ha debido pasar mucho tiempo, amigos míos, mucho tiempo
desde que yo me senté aquí en la orilla, a orillas
de esta tristeza, de este
río al que le llamaban Dámaso, digo, Carlos.


                                      Dunster House, febrero de 1954.

Breve comentario

El Dios cristiano es un Dios que quiere comunicarse con nosotros y que nosotros le hablemos. No es cuestión de que Él ande aburrido o en soledad: quiere salvarnos, y para ello tenemos que salir a su encuentro. Si nos dirigimos hacia Él, Él siempre se dejará encontrar; es más, saldrá a nuestro encuentro a su vez. Para orar, pues, se requiere de una circunstancia elemental: querer comunicarse, querer hablar, querer entrar en contacto. Los seres humanos, incluso los más solitarios y misántropos, somos ante todo seres sociales, que necesitamos el encuentro con los demás. Y ello desde el primer momento y por razones fundamentales: para constituirnos como personas, para saber quiénes somos y lo que queremos, en definitiva, para poder vivir. Un persona sumida en la más absoluta soledad acabará despeñándose por el abismo de la locura y de la muerte.

En la comunicación con Dios rige este elemento también: sentir una necesidad de comunicación con Él. Y lo podemos hacer por mil razones: para pedirle, para agradecerle, para amarle, para preguntarle, para sentirle cerca, para buscarle, para lamentarse, para compartir... La oración es, pues, un hablar con Dios. Y se puede hacer de varias formas, con palabras o sin ellas (un estar en silencio con Él es uno de los más profundos modos de encuentro con el Señor); con palabras escritas por otros o por las que emitimos en el momento, en función de lo que estamos viviendo. Hoy el Señor nos indica con la enseñanza del Padrenuestro dos cosas fundamentales para hablar con Él: primero, sencillez. Sobran todo tipo de poses, erudiciones, circunloquios. Y lo segundo, verdad. Hablemos de lo que nos afecta en lo más profundo, sin máscaras, sin mentiras, pues la falsedad impide la comunicación, y de la fuente de la Verdad no podemos esperar que nos escuche en el engaño. Con Dios no vale la cháchara. En el diálogo con Dios se revela de forma desnuda la función principal a la cual rinde servicio la palabra: a la verdad.

Si cumplimos estos dos requisitos, sencillez y verdad, tras el previo elemental de necesitar comunicarnos, nadie dude que el Señor nos escuchará, y lo hará con absoluta atención. Esto no quiere decir que los resultados de esa oración sean los esperados. Como nos dijo el Señor, no sabemos pedir. Muchas veces creemos que lo que pedimos es lo que nos conviene, y no es así en absoluto; otras veces, porque aunque lo que pedimos es concedible, sin embargo, lo esperamos por un camino que no es el adecuado a nuestra salud espiritual. También solemos ser impacientes, pues queremos ver signos de esa escucha atenta en los plazos marcados por nuestras urgencias. En todos estos casos, y en muchos otros, Dios no va a responder como queremos o esperamos. Con Dios no se juega.

La oración es un camino de maduración espiritual, un camino iniciático, por así decir, en el que vamos configurándonos poco a poco, y de modo muy penoso las más de las veces dadas las resistencias que oponemos, a la voluntad de Dios en nuestras vidas. Anteponer a nuestra voluntad la voluntad de Dios, salvo milagro, aparición o conversión fulminante, suele ser un largo camino de aprendizaje en la oración. Así, no debemos no sólo orar, orar frecuentemente (todos los días), sino desarrollar una actitud orante, una suerte de disposición o hábito de estar en comunicación con el Señor; sería como tener la conciencia clara de nuestra constante necesidad de Dios en nuestras vidas, en los actos más cotidianos y banales: un ponerse siempre a su disposición como hábito. De tal suerte lograremos estar con toda fluidez y naturalidad en perpetua actitud de escucha, abiertos a la presencia del Señor. Entonces, en tal actitud orante, iremos notando cómo nos acompaña del modo más sencillo en cada cosa que vivamos.

Si logramos alcanzar esa sencilla y anónima perfección espiritual (tarea que nos llevará toda nuestra vida), seremos el fundamento de la misericordia divina para este mundo en el que Sodoma y Gomorra ya son un juego de niños. Que así sea.

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