martes, 3 de julio de 2018

Lecturas del día, martes, 3 de julio, santo Tomás, apóstol. Poema "Cristo en la tarde" de Carlos Bousoño. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la carta a los Efesios (2,19-22):

Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 116

R/.
Id al mundo entero y proclamad el Evangelio

Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo todos los pueblos. R/.

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,24-29):

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»

Palabra del Señor
 
Poema:
Cristo en la tarde de Carlos Bousoño 

"Yo soy la luz." Miraba hacia la tarde.
Un polvo gris caía tenue, lento.
Era la vida un soplo, un dulce engaño;
sombra, suspiro, sueño.
 

Ya su figura por los olivares
se iba desvaneciendo
en soledad. Ni un pájaro existía.
... La tarde iba cediendo.
 

"Yo soy la luz." Silencio. "Soy...Oídme..."
Espacio. Olivo. Cielo.
"Yo soy la luz." Su voz era un susurro.
El aire, ceniciento.
 

"Yo soy... yo soy..." La sombra lo envolvía.
Cayó la noche. Se escuchaba el viento.

Breve comentario

Quisiera arrancar este pequeño comentario de hoy con unas preguntas tal vez radicales en su planteamiento, pero que quizá nos sirvan para orientar la reflexión que quiero compartir: ¿Por qué dudar se impone como lo evidente frente a la fe? ¿Por qué lo evidente es no creer? ¿No creemos porque no vemos o porque no sabemos ver? Partiendo de la definición clásica de fe, según la cual fe es creer en lo que no se ve, parece que nuestras preguntas son meramente retóricas: cuando no hay posibilidad de verificar una realidad, la primera respuesta que el alma humana considera es la duda sobre la misma, cuando no su negación. Esto parece razonable, pero si el problema es nuestra capacidad para percibir la realidad, dudar ya no es lo más obvio.

Desde Descartes, al menos, la duda tiene un prestigio gnoseológico y ético que no merece. La realidad tiene la consistencia propia de aquello que existe con independencia de nuestros juicios con respecto a ella. Un árbol existe aunque ningún ser humano lo haya visto jamás. La mirada del hombre no es la que concede el estatuto de existencia a nada. El pensamiento humano sólo conoce, y su capacidad para crear sólo surge de su conocimiento; pero conocer sólo se predica sobre algo, sobre un objeto, sobre un existente. Incluso el conocimiento formal de las matemáticas, abstracto por definición, existe con respecto a un mundo objetal que lo expresa, aunque pueda pensarse sin ese mundo.

La realidad de Dios es la más consistente que existe desde todos los puntos de vista. Sin embargo, es evidente que no lo es desde una percepción puramente sensorial. A Dios, decimos, no se le ve, no se le oye, no se le toca. Y esto es lo que con humildad quisiera revisar aquí. Que nuestros sentidos no llegan a percibir muchas realidades es algo elemental que todos conocemos. Nuestro rango de perceptibilidad sensorial es bastante limitado, mucho más que el de muchas otras especies animales. Pero las realidades espirituales, las realidades sin materia, se nos presentan con el mismo estatuto ontológico de existencia que el árbol que tengo enfrente de mis ojos. Sabemos "ver" la bondad, el egoísmo, la avaricia o el deseo sexual, y ello siempre referido a objetos que existen. No vemos bondades, sino personas y actos que son buenos; no vemos "la" avaricia, sino avaros y actitudes que éstos la expresan. Partiendo de esta verdad elemental, ¿sabemos ver a Dios en la realidad, cómo se manifiesta en los demás, en uno mismo, en ciertos actos, disposiciones, actitudes? ¿Consideramos a Dios como una realidad tan ajena a nuestra existencia que, en el mejor de los casos, sólo lo podemos considerar como una entidad lejana y sobre todo aislada, de imposible relación con nosotros? Si pensamos así, estamos en un completo error.

Dios no son las cosas (lejos todo panteísmo), pero sí está en ellas. Y verlo en ellas, aunque no sea evidente para la mayoría, es algo al alcance del hombre. Alguien puede ver un paisaje como un conjunto de seres vivos de determinado tipo, pero también puede percibir una belleza, un orden, una armonía que trasciende los elementos que lo componen, aunque sea su disposición y su forma lo que les hace portadoras de esa belleza. A veces me ha ocurrido (lo cual me ha provocado situaciones embarazosas sin pretenderlo) quedarme contemplando la belleza de una mujer porque me transportaba a otra realidad que la puramente sexual (no sé quién decía que la mujer es la prueba de que Dios existe; suscribo la afirmación). De esta mirada todos somos capaces en principio, aunque tal vez haya que educar nuestra mirada, nuestro espíritu.

En la medida que busquemos, vamos adquiriendo las habilidades, por decirlo así, para poder encontrar lo que buscamos. El hombre no está hecho para dudar. En la duda sólo se está para seguir conociendo. La duda no puede ser un estado permanente del alma, salvo cuando se refiere a realidades contingentes. El hombre está hecho para amar. Conocer es una forma de amar al objeto conocido, al objeto al que se tiende. Contemplar a Dios en la belleza de una mujer es amarla en un grado mucho más profundo que el puro encuentro sexual, y la sexualidad presidida por esta percepción trascendente es la plenitud de la misma.

El apóstol Tomás era un hombre muy de nuestros días: sólo creía en aquello que veía. Y sólo viendo y tocando, creyó. Cuánta pobreza, la misma de nuestros días. La verdad hoy debe abrirse paso pesadamente entre las tinieblas de nuestras carencias. El poeta lo refleja muy bien: Dios se va perdiendo entre las cosas; lucha por hacerse presente en este mundo. Y es el mundo, el nuestro, nosotros, nunca Dios, el que lo va difuminando. Pero Él está aquí, Cristo en la tarde, en nuestro corazón. Que sepamos verlo, que venzamos todas las dudas. Dudar no es lo evidente, no lo puede ser.

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