lunes, 26 de junio de 2017

Lecturas del día, lunes, 26 de junio. Poema "Epitafio del hipócrita" de Rosario Castellanos. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro del Génesis (12,1-9):

En aquellos días, el Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.»
Abrán marchó, como le había dicho el Señor, y con él marchó Lot. Abran tenía setenta y cinco años cuando salió de Harán. Abrán llevó consigo a Saray, su mujer, a Lot, su sobrino, todo lo que había adquirido y todos los esclavos que había ganado en Harán. Salieron en dirección de Canaán y llegaron a la tierra de Canaán. Abrán atravesó el país hasta la región de Siquén, hasta la encina de Moré. En aquel tiempo habitaban allí los cananeos.
El Señor se apareció a Abrán y le dijo: «A tu descendencia le daré esta tierra.»
Él construyó allí un altar en honor del Señor, que se le había aparecido. Desde allí continuó hacia las montañas al este de Betel, y plantó allí su tienda, con Betel a poniente y Ay a levante; construyó allí un altar al Señor e invocó el nombre del Señor. Abrán se trasladó por etapas al Negueb.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 32,12-13.18-19.20.22

R/.
Dichoso el pueblo
que el Señor se escogió como heredad


Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. R/.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,1-5):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame que te saque la mota del ojo”, teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita; sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano.»

Palabra del Señor

Poema:
"Epitafio del hipócrita" de Rosario Castellanos

Quería y no quería.
Quería con su piel y con sus uñas,
con lo que cambia y cae; negaba con sus vísceras,
con lo que de sus vísceras no era aserrín, con todo
lo que latía y sangraba en sus entrañas.

Quería ser él y el otro.
Siamés partido a la mitad, buscaba
la columna de hueso para asirse, colgar
su cartilaginosa consistencia de hiedra.

Mesón desocupado,
actor, daba hospedaje al agonista.
Gesticulaba viendo su sombra en las paredes,
deglutía palabras sin sabor, eructaba
resonando en su vasta oquedad de tambor.

Ensayaba ademanes
—heroico, noble, prócer—
para que al desbordarse la lava del elogio
lo cubriera cuajando después en una estatua.

No a solas ¡nunca a solas!
dijo el brindis final,
alzó la copa amarga de cicuta.

(Más no bebió su muerte sino la del espejo.)

Breve comentario

Nadie puede erigirse en juez de otro si el que enjuicia no es consciente de las propias limitaciones, debilidades y pecados. El Señor vuelve a apelar a este sentido de coherencia interna sin el cual no es posible llamarse con propiedad cristiano. El propio conocimiento y reconocimiento de nuestras vulnerabilidades hace que sepamos mirar la realidad con la humildad y el realismo precisos. Esto no quiere decir, obviamente, que como todos somos pecadores, todos debemos ser tolerantes con la debilidad ajena. El juicio es necesario e inevitable; no es posible vivir sin juzgar. Lo perfectamente evitable es condenar in eternum a nadie, pues como dice el proverbio, mientras hay vida hay esperanza, hay posibilidad de cambio, de evolución. Nadie conoce el alma de otra persona hasta ese punto, ni nadie puede arrogarse semejante autoridad.

La hipocresía es una de las formas más sobresalientes de la mentira, que posee múltiples disfraces y apariencias. Todos podemos conocer cuál es el buen camino, los buenos deseos, lo respetable, aquello que merece estimación; y otra cosa muy distinta es vivir realmente aquello que sabemos bueno. El mero conocimiento no nos hace capaces de vivir aquello que conocemos. La aspiración a vivir justamente debe pasar por el proceloso camino de superación de nuestras debilidades o, al menos, a luchar contra ellas. Es un camino que no presenta atajos: asumir el discurso de la justicia no nos hará más justos, enjuiciar con dureza y, sobre todo, condenar no nos hará mejores con respecto a nuestras faltas y fragilidades no superadas. Al contrario, cuanto más duro seamos con los demás, más se enquistarán nuestros defectos, pues éstos no se disuelven con los discursos contrarios a los mismos, sino con la humildad necesaria para que Dios pueda ayudar al alma herida. 

Por supuesto, lo que está mal, está mal siempre, seamos débiles, justos, coherentes o incoherentes. Como la carne es débil, no vamos a dejar de enjuiciar como pecado grave la lujuria y todas sus manifestaciones derivadas (adulterios, etc.), aunque quien lo afirme le guste demasiado las mujeres. Simplemente seamos conscientes de lo que somos para que seamos también conscientes de lo que nos falta. Así, nuestros juicios serán más ajustados a la realidad, sin perder un ápice del rigor necesario de nuestra ética. Muchas veces lo peor de nuestros juicios no son siquiera el juicio mismo, las palabras utilizadas o el contenido del mismo, sino el tono con que los hacemos: superioridad, desprecio, altivez, amenazante...

El poema elegido de Rosario Castellanos describe bien la naturaleza del hipócrita: quiere ser otro del que es, mucho más respetable y admirable de lo que él es en verdad. Muchos seres humanos cuando no logran ser algo, buscan aparentarlo. Hay una profunda necedad en ser lo que no se es. Así, por oposición, decimos de la gente sencilla que es de una pieza, que no tiene doblez, que es noble, que son lo que dicen ser, sólidos, consistentes, previsibles. El hipócrita vive, en efecto, en un profundo vacío interior, dando una imagen que no es real; su naturaleza es líquida o delicuescente, varía en función tanto de lo que se considera admirable como de sus íntimas impotencias. Por ello, siempre ha habido hipócritas y siempre los habrá, y casi todos posiblemente lo seamos al menos en algún aspecto. No nos desesperemos en ser lo que no podamos ser, en alcanzar lo que no nos pertenece. Asumámonos como somos, sabiendo que debemos tender hacia el bien que no admite matices para la tolerancia del mal,  en lucha, en primer lugar, con nosotros mismos, y rogando la ayuda del Señor en esta tarea. Los discursos, las poses y el cultivo de las apariencias que sean para aquellos que no quieran entablar esa lucha, no para nosotros.

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