lunes, 19 de junio de 2017

Lecturas del día, lunes, 19 de junio. Poema "Rima XXXVI" de Gustavo Adolfo Bécquer. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios (6,1-10):

Secundando su obra, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación. Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca damos a nadie motivo de escándalo; al contrario, continuamente damos prueba de que somos ministros de Dios con lo mucho que pasamos: luchas, infortunios, apuros, golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer; procedemos con limpieza, saber, paciencia y amabilidad, con dones del Espíritu y amor sincero, llevando la palabra de la verdad y la fuerza de Dios. Con la derecha y con la izquierda empuñamos las armas de la justicia, a través de honra y afrenta, de mala y buena fama. Somos los impostores que dicen la verdad, los desconocidos conocidos de sobra, los moribundos que están bien vivos, los penados nunca ajusticiados, los afligidos siempre alegres, los pobretones que enriquecen a muchos, los necesitados que todo lo poseen.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 97,1.2-3ab.3cd-4

R/.
El Señor da a conocer su victoria

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclamad al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,38-42):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.»

Palabra del Señor

Poema:
Rima XXXVI de Gustavo Adolfo Bécquer

Si de nuestros agravios en un libro
se escribiese la historia
y se borrase en nuestras almas cuanto
se borrase en sus hojas,

¡te quiero tanto aún! ¡Dejó en mi pecho
tu amor huellas tan hondas,
que sólo con que tú borrases una,
las borraba yo todas!  


Breve comentario

Es evidente que si fuéramos capaces de realizar lo que el Señor en el evangelio de hoy nos pide, el mundo sería completamente distinto al que es. Y los que lo habitaran serían santos. He vivido ya 54 años, y no me he encontrado a nadie capaz de esto. Yo tampoco, por supuesto. Ni siquiera el papa Francisco, aun asistido especialmente por la gracia dado su puesto en la Iglesia, podría evitar si le mentaban a la madre, dar un puñetazo al ofensor, según confesaba a los periodistas públicamente. He conocido gente buena e incluso muy buena, personas que no hacían frente a los que los agraviaban; sé de algún caso que no respondió a una agresión física, pero a nadie en verdad que pusiera la otra mejilla para que le siguieran dando. No es lícito edulcorar el mensaje evangélico con excusas más o menos intelectuales, como aducir cuestiones de estilo, históricas, culturales... No; al Señor se le entiende todo, aunque utilice imágenes que nos puedan parecer excesivas o aproximadas a su mensaje: no hay que responder al mal con más mal, sino con bien.

El problema es que esto se hace difícil para las solas fuerzas del hombre. Es una gracia que debemos pedir, y esperar que nos la conceda. Lo peor del mal es que no es inocuo, sino inicuo: hace daño, deja huella. Y si el mal ha sido grave y repetido, las heridas y las marcas serán numerosas y profundas. El hombre actual sigue la mentalidad o la moral del estibador español: "¡Ni un paso atrás!", (que es también la de los ferroviarios de mi país -ya conocéis a mi vecino altivo del que hablé hace un par de días-). No saben estas personas, sean estibadores, ferroviarios o lo que sea, que no dando un paso atrás, no sólo no los dan donde no quieren darlos, sino que son pasos que dan hacia abajo. Caer cada vez más bajo es mucho peor que retroceder (esto lo saben muy bien los militares). Por supuesto, más allá de la broma de las profesiones, esta actitud es generalizada; simplemente en ciertos sectores sociales destaca más por la función que ejercen: los estibadores o los ferroviarios no son peores que, por ejemplo, el párroco de mi parroquia, paradigma del orgullo, la soberbia y la vanidad más desatada. Y ello porque utiliza a Dios, incluso físicamente, para mayor gloria personal. No hay nada peor ni más triste que un cura envanecido que se aferra a su ego: prefiero mil veces enfrentarme a un retén de estibadores, de mineros o de vecinos maquinistas (¡y sin reloj!). ¡Cuántos pastores hay así por desgracia!

Bécquer, herido por su amada, pero que también ha gozado de sus favores, no es buen modelo para un cristiano: le pide que sea ella la que inicie el proceso de desagravios, aunque sólo sea borrando uno, para él de inmediato olvidarlos todos (que se ve que debían de ser unos cuantos). Dios nos pide que perdonemos a todos, que iniciemos nosotros esa superación de ofensas, incluso cuando los demás sigan agrediéndonos, saludar al vecino maquinista aunque él te rechace la mirada y eleve el mentón, aunque el sacerdote que te aleja de Dios siga siendo intolerablemente arrogante e inepto. Esto es poner la otra mejilla cuando ya te han abofeteado muchas veces. 

En cierta ocasión me salieron al paso tres delincuentes, un sudamericano y dos gitanos. Uno de los gitanos me arreó un tremendo puñetazo sin mediar palabra. No le importó que llevara gafas y las manos ocupadas. No era la primera vez que lo hacían; se notaba su... "profesionalidad". Afortunadamente nada más me pasó y las secuelas más graves sólo fueron un ojo morado y tumefacto, unas gafas rotas y un cierto riesgo de desprendimiento de retina que no llegó a producirse. Por supuesto, no devolví el golpe, aunque creedme que me quedé con ganas. Como me dijo el guardia civil que me atendió la denuncia: "Si usted hubiera respondido, no estaría aquí." A veces no responder te salva aun en esta vida. Pero lo cristiano en esa situación no es no haberle devuelto la agresión, pues mi corazón estaba lleno de odio: es haberles sabido perdonar y amar. Han pasado años de esto; nunca más supe de ellos; seguí frecuentando esas calles durante meses y a las mismas horas; nunca más me salieron. Los he perdonado, pero no los puedo amar. Y esto por desgracia me ocurre con los vecinos maquinistas, con los curas insufribles y en general con quienes me han agredido de uno u otro modo. Quizá por ello mi vecino no pueda saludarme: yo también soy responsable de que él eleve el mentón cuando se cruza conmigo, yo también soy responsable del mantenimiento de la vanidad del mal cura, como Bécquer era injusto con su amada no siendo él quien borrase primero todos los agravios. No debía de quererla tanto...

Pidamos, pues, esta gracia al Señor. Reconocer nuestra impotencia es el primer paso para que Dios nos la conceda. 

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