domingo, 4 de junio de 2017

Lecturas del día, domingo, 4 de junio, de Pentecostés. Poemas "Mi amor fluyó en tu martirio..." y "Tu nombre se te ha perdido..."de Nelly Sachs. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11):

Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo: «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34

R/.
Envía tu Espíritu, Señor,
y repuebla la faz de la tierra


Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R/.

Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R/.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,3b-7.12-13):

Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo. Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Palabra de Dios

Secuencia

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Palabra del Señor

Poemas:
"Mi amor fluyó en tu martirio..." de Nelly Sachs

Mi amor fluyó en tu martirio
se abrió paso a través de la muerte.
Vivimos en la resurrección. 

"Tu nombre se te ha perdido..." de Nelly Sachs

Tu nombre se te ha perdido
pero el mundo acude
y te ofrece bella variedad.
Agitas la cabeza y niegas
pero tu amado
encontró una vez la aguja en tu pajar.
Escuchas: él ya te llama.

Breve comentario

Hoy damos por finalizado el periodo pascual en que hemos celebrado la resurrección del Señor durante estos últimos cincuenta días. En verdad, "vivimos en la resurrección", pues ella supone la victoria definitiva sobre la muerte. El Señor no murió otra vez: la resurrección es el nacimiento definitivo a la vida eterna. Esta vida, que no sabemos en qué consiste, es vida espiritual, vida del Espíritu, vida de los espíritus que gozarán de la gloria de Dios. Que la vida terrenal no es este tipo de vida, no hace falta decirlo, pero ello no significa que sea por completo ajena a la dimensión espiritual. En primer lugar, porque nuestra existencia está trufada de realidades de esta cualidad: son realidades espirituales en el sentido de inmateriales, el entendimiento y la inteligencia, el juicio y la voluntad, los afectos, el amor... En segundo lugar, porque el Señor introduce en nuestro corazón el deseo de plenitud, de bien, de felicidad, que nos hace tender en las naturalezas y conciencias bien conformadas a la dimensión trascendente: para qué vivimos, cuál es nuestra misión en esta tierra, cuál es el origen de todo, por qué soy feliz cuando amo, por qué soy desdichado cuando no puedo amar...

Lo cierto es que esta dimensión trascendente necesita de signos, de presencias, de encuentros, de vivencias concretas que le den el "cuerpo" que no posee en este mundo material. Si estuviéramos por completo desconectados de estas realidades o nos resultaran inaccesibles, la presencia real de Dios en nuestros corazones se perdería inevitablemente. Para que ello no suceda Dios, como digo, operó por medio de dos vías distintas. Una, ontológica, que es la que he citado más arriba: nos ha hecho capaces de realidades espirituales como el pensamiento, la volición y el amor, fruto de que somos seres no meramente existentes, dotados de existencia, sino también de esencia que, como recordaba santo Tomás de la obra de Aristóteles, es lo que hace al ente, a la criatura, ser lo que es: antes de la materia fue la forma; es la forma la que informa, la que hace ser a la materia. La otra vía es la que proviene de la aparición de Dios en la vida de los hombres. Al contrario del dios aristotélico (que el griego supo pensarlo con corrección metafísica o natural excelente, pero con ignorancia teológica total), Dios interviene en su creación activamente, personalmente, materialmente: se aparece al hombre, quiere intervenir en su evolución vital, no sólo por la vía meramente natural u ontológica: quiere ser para el hombre un objeto conocido, querido, buscado, deseado, amado.

Desde esta última perspectiva, se entiende toda la Historia Sagrada, el Viejo y el Nuevo Testamento. La culminación de este interés divino por ser conocido por las criaturas que Él creó libres en juicio y voluntad se halla en la encarnación del Hijo y su posterior predicación, crucifixión y resurrección. Sin embargo, la resurrección del Señor implica, por así decir, una desencarnación en el sentido de que el Hijo ha de volver al Padre, ha de dejar este mundo definitivamente como Persona divina que se ha hecho hombre. Perder el contacto físico, material del Señor puede ser una herida invencible para la humanidad que vuelve a quedarse de algún modo huérfana, lo que supondría que nuestra dimensión trascendente volvería a desdibujarse, a perder entidad, y con ello Dios parecería dar la razón al dios de Aristóteles: nos creó y se marchó. Y aquí aparece (siempre Dios apareciéndose en nuestra vida, ya sea como Padre a los judíos, ya como Hijo a todos) la Tercera Persona de la Santísima Trinidad: el Espíritu Santo. 

Y lo que hoy celebramos es esto: la venida del Espíritu Santo, acto mediante el cual nace la Iglesia. Así, ésta surge como la poseedora, la representante y la administradora de la Verdad de Dios a toda la humanidad. Por ello no hay salvación sin la Iglesia, pues es tanto como decir que no hay salvación sin Dios: Dios se encarna en los sacramentos, actúa por medio de sus sacerdotes y nos vivifica a los cristianos que pertenecemos a ella para cumplir nuestra tarea fundamental que el Señor nos encomendó: dar a conocerle a todas las gentes, con independencia de su condición, pues su conocimiento es salvador, redime, lava, purifica, ama.

Ante esta realidad nada podrán aquellos poderes y agentes que lo ignoran, desprecian o atacan. El Espíritu del Señor habita todo lo que existe, tanto por vía de la creación, vía por la cual los seres existen según su naturaleza, como por la presencia activa de Dios en nuestras almas, camino, verdad y vida para poder existir en plenitud ya en esta tierra. La Iglesia es la presencia tangible de este poder activo, el más real que existe. Hoy celebramos el día de su nacimiento, su cumpleaños. A pesar de tantas dificultades externas e internas a ella, a pesar de contar con estos instrumentos tan deficientes que somos, no hay nada que temer: en Dios vivimos, nos movemos y existimos; Él es Señor de nuestras vidas y de la Historia.   

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