sábado, 16 de enero de 2016

Lecturas del día, sábado, 16 de enero. Poema "Malos recuerdos" de Antonio Gamoneda. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del primer libro de Samuel (9,1-4.17-19; 10,1a):

Había un hombre de Loma de Benjamín, llamado Quis, hijo de Abiel, hijo de Seror, hijo de Becorá, hijo de Afiaj, benjaminita, de buena posición. Tenía un hijo que se llamaba Saúl, un mozo bien plantado; era el israelita más alto: sobresalía por encima de todos, de los hombros arriba.
A su padre Quis se le habían extraviado unas burras; y dijo a su hijo Saúl: «Llévate a uno de los criados y vete a buscar las burras.»
Cruzaron la serranía de Efraín y atravesaron la comarca de Salisá, pero no las encontraron. Atravesaron la comarca de Saalín, y nada. Atravesaron la comarca de Benjamin, y tampoco.
Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le avisó: «Ése es el hombre de quien te hablé; ése regirá a mi pueblo.»
Saúl se acercó a Samuel en medio de la entrada y le dijo: «Haz el favor de decirme dónde está la casa del vidente.»
Samuel le respondió: «Yo soy el vidente. Sube delante de mí al altozano; hoy coméis conmigo, y mañana te dejaré marchar y te diré todo lo que piensas.»
Tomó la aceitera, derramó aceite sobre la cabeza de Saúl y lo besó, diciendo: «El Señor te unge como jefe de su heredad. Tú regirás al pueblo del Señor y lo librarás de la mano de los enemigos que lo rodean.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 20,2-3.4-5.6-7

R/.
Señor, el rey se alegra por tu fuerza

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios. R/.

Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término. R/.

Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (2,13-17):

En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él, y les enseñaba.
Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Se levantó y lo siguió. Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Algunos escribas fariseos, al ver que comía con publicanos y pecadores, les dijeron a los discípulos: «¡De modo que come con publicanos y pecadores!»
Jesús lo oyó y les dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»
 
Palabra del Señor
 
Poema:
Malos recuerdos de Antonio Gamoneda
 
             "La vergüenza es un sentimiento revolucionario", Karl Marx

Llevo colgados de mi corazón 
los ojos de una perra y, más abajo, 
una carta de madre campesina.

Cuando yo tenía doce años, 
algunos días, al anochecer, 
llevábamos al sótano a una perra 
sucia y pequeña.

Con un cable le dábamos y luego 
con las astillas y los hierros. (Era 
así. Era así. 
                     Ella gemía, 
se arrastraba pidiendo, se orinaba, 
y nosotros la colgábamos para pegar mejor).

Aquella perra iba con nosotros 
a las praderas y los cuestos. Era 
veloz y nos amaba.

Cuando yo tenía quince años, 
un día, no sé  cómo, llegó a mí 
un sobre con la carta del soldado.

Le escribía su madre. No recuerdo: 
“¿Cuándo vienes? Tu hermana no me habla. 
No te puedo mandar ningún dinero…”

Y en el sobre, doblados, cinco sellos 
y papel de fumar para su hijo. 
“Tu madre que te quiere.”
No recuerdo
el nombre de la madre del soldado.

Aquella carta no llegó  a su destino: 
yo robé  al soldado su papel de fumar 
y rompí  las palabras que decían 
el nombre de su madre.

Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo, 
pero aunque tuviese el tamaño de la tierra 
no podría volver y despegar 
el cable de aquel vientre ni enviar 
la carta del soldado.
 
Breve comentario
 
 «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.» Todos somos enfermos de un modo u otro, todos somos pecadores en mayor o menor grado, todos necesitamos ser salvados de nuestros actos, intenciones y deseos erróneos, todos necesitamos del perdón y de la reparación. Nosotros no podemos deshacer lo hecho, y más cuando han pasado los años y las circunstancias. Las huellas de nuestro daño nos acompañarán de un modo u otro a nada que tengamos algo de conciencia sana y recta. Sólo el Señor puede despegar "el cable de aquel vientre" o "enviar la carta del soldado" de aquella madre lejana y añorante de su hijo. Que sintamos vergüenza de nuestra maldad y reconocerla es algo muy bueno. Doloroso, pero muy positivo.  Y sí, en cierto sentido es todo un sentimiento revolucionario, aunque la revolución sea otra de la soñada por Marx.

Hay esperanza a nuestra iniquidad. Alguien nos viene a llamar con una misericordia desconocida y sobrehumana, verdaderamente infinita. No dudemos en acudir a esta llamada de amor. De lo contrario, la sombra de nuestra trayectoria se agrandará hasta tal punto que nos sumirá en una negra oscuridad sin esperanza. Aunque importe lo que hayamos hecho, sobre todo a las víctimas, tenemos un mediador que nos hace posible volver a empezar tras cada caída. Y de aquellas miserias resugir al hombre nuevo. No otra cosa es amar...

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