miércoles, 27 de enero de 2016

Lecturas del día, miércoles, 27 de enero. Poema "El milagro pequeño" de Alejandro Casona. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del segundo libro de Samuel (7,4-17):

En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor: «Ve y dile a mi siervo David: "Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto hasta hoy, no he habitado en una casa, sino que he viajado de acá para allá en una tienda que me servía de santuario. Y, en todo el tiempo que viajé de acá para allá con los israelitas, ¿encargué acaso a algún juez de Israel, a los que mandé pastorear a mi pueblo Israel, que me construyese una casa de cedro?" Pues bien, di esto a mi siervo David: "Así dice el Señor de los ejércitos: Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, y, además, el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo; si se tuerce, lo corregiré con varas y golpes como suelen los hombres, pero no le retiraré mi lealtad como se la retiré a Saúl, al que aparté de mi presencia. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre."»
Natán comunicó a David toda la visión y todas estas palabras.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 88,4-5.27-28.29-30

R/.
Le mantendré eternamente mi favor

Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades.» R/.

«Él me invocará: "Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora";
y yo lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.» R/.

«Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable;
le daré una prosperidad perpetua
y un trono duradero como el cielo.» R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,1-20):

En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y el gentío se quedó en la orilla.
Les enseñó mucho rato con parábolas, como él solía enseñar: «Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno.»
Y añadió: «El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas.
Él les dijo: «A vosotros se os han comunicado los secretos del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que, por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y los perdonen."»
Y añadió: «¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la simiente como terreno pedregoso; al escucharla, la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumben. Hay otros que reciben la simiente entre zarzas; éstos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la simiente en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno.»

Palabra del Señor

Poema:
El milagro pequeño de Alejandro Casona

Aquella pobre niña
que aún no tenía senos...

Y la niña lloraba:
—Yo quiero tener senos.
—Señor, haz un milagro:
un milagro pequeño.

Pero Dios no la oía,
allá arriba, tan lejos...

Y cogió dos palomas,
se las puso en el pecho...
Pero las dos palomas
levantaron el vuelo.

Y cogió dos estrellas,
se la puso en el pecho...
Las estrellas temblaron
y se apagaron luego.

Y cogió dos magnolias,
se las puso en el pecho...
Las dos magnolias blancas
deshojaron sus pétalos.

Y cogió dos panales,
se los puso en el pecho...
Y la miel y la cera
se helaron en el viento.

¡Un milagro, Señor,
un milagro pequeño!

Pero Dios no la oía,
allá arriba, tan lejos.

Y un día fue el amor;
se le entró pecho adentro
¡y se sintió florida!
Le nacieron dos senos
con pico de paloma,
con temblor de luceros,
como magnolias, blancos;
como panales, llenos.

¡Igual que dos milagros...
pequeños! 


Breve comentario

La parábola de la semilla y la tierra quizá sea una de las más fáciles de entender, por lo que no sorprende la reacción de estupor del Señor cuando los apóstoles muestran su incomprensión. Sin embargo, pareciera siempre que los cuatro terrenos que se describen en la misma (el borde del camino, el pedregal, el zarzal y la buena tierra) se refiriesen a realidades independientes entre sí, como si entre la cuneta, las piedras, las zarzas y la tierra porosa no existiera relación alguna entre ellas.

Suele ser un error muy común dividir a las personas en perfiles o tipologías, como si sólo unos pocos rasgos caracterizaran su alma. Tal estrategia sólo debe hallar justificación cuando se pretende simplificar el tratamiento de una realidad para hacerse entender. Aun entonces se debe subrayar el carácter de esbozo de una descripción así. Todos con respecto a Dios (y no sólo con Él) hemos llegado a ser unas veces zanja del camino; otras, hemos sido como piedras; espinas en no pocas ocasiones; y, por fin, a veces, tierra que sabe recibir y hace crecer. Si repasáramos la trayectoria de nuestras vidas con sinceridad, no nos costaría identificar cuándo hemos sido agujeros estériles, pedruscos, seres punzantes y amable humus.

La niña del poema, como tantos de nosotros, ya seamos varones o mujeres, busca su plenitud forzándola, es decir, piensa que su felicidad debe contar con ciertos rasgos o requisitos sin los cuales no se da. En definitiva, creemos muy erróneamente que nuestra felicidad depende de satisfacer nuestro deseo y voluntad. Si aquel deseo no se cumple, pensamos que debemos ajustar nuestra realidad a satisfacer ese deseo según la idea que nos hayamos hecho para conseguirlo. Sólo seremos bellos y plenos si poseemos aquello que consideramos como bueno. Da igual lo que creamos: el error está en la estructura de nuestra creencia. La niña del poema pensaba que sería más atractiva o más mujer si tuviera pechos; no pocos varones piensan esto mismo referido a sus músculos o a sus atributos sexuales; otros ponen su esperanza en la inteligencia; otros, en la habilidad manual; otros, en el tesón, etc., etc. Nada de todo esto es necesario para ser feliz. Se puede ser físicamente muy atractivo, inteligente, culto, voluntarioso, disciplinado..., lo que fuera, y seguir siendo un perfecto pedregal, un espinar o una cuneta de la que nada puede crecer. 

La tierra buena es la porosa, la que sabe abrirse para recibir lo bueno de otros. En la medida que logre esa apertura, la tierra será buena, tanto mejor cuanto más receptiva sea al don que le viene de fuera. Si lo que recibe es malo, esa misma tierra lo desechará al primer contacto; si lo que le llega es bueno, arraigará en su corazón y lo hará crecer. Sólo entonces, cuando la niña sin pretenderlo siquiera, sin darse cuenta, sea capaz, olvidándose de sus fantasías, de recibir la realidad en su belleza, le nacerán unos pechos espléndidos, con pico de paloma,/con temblor de luceros,/como magnolias, blancos;/como panales, llenos. Se habrá convertido en toda una mujer, femenina y fértil para recibir y dar vida. Se habrá dado cuenta de que sus pechos no nacen de la búsqueda en abstracto del temblor, del volumen, de la palidez, sino que tales rasgos surgen de ella cuando es capaz de salir de sí misma, de olvidarse de sus miedos y de renunciar a sus errores. Sólo le nacerán los pechos que añora, amando. Y esto es lo que nos pide Dios a todos, su gran mandamiento: que seamos capaces de amar y de recibir amor.

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