viernes, 24 de agosto de 2018

Lecturas del día, viernes, 24 de agosto, san Bartolomé, apóstol. Poema "Ven, ven tú" de Vicente Aleixandre. Breve comentario

Primera lectura
Lectura del libro del Apocalipsis (21,9b-14):

El ángel me habló así: «Ven acá, voy a mostrarte a la novia, a la esposa del Cordero.»
Me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 144,10-11.12-13ab.17-18

R/.
Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.

Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y la majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.

El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,45-51):

En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.»
Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?»
Felipe le contestó: «Ven y verás.»
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.»
Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?»
Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»
Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»
Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has ver cosas mayores.» Y le añadió: «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

Palabra del Señor

Poema:
Ven, ven tú de Vicente Aleixandre 

Allá donde el mar no golpea,
donde la tristeza sacude su melena de vidrio,
donde el aliento suavemente espirado
no es una mariposa de metal, sino un aire.

Un aire blando y suave
donde las palabras se murmuran como a un oído.
Donde resuenan unas débiles plumas
que en la oreja rosada son el amor que insiste.

¿Quién me quiere? ¿Quién dice que el amor es un hacha doblada,
un cansancio que parte por la cintura el cuerpo,
un arco doloroso por donde pasa la luz
ligeramente sin tocar nunca a nadie?

Los árboles del bosque cantan como si fueran aves.
Un brazo inmenso abarca la selva como una cintura.
Un pájaro dorado por la luz que no acaba
busca siempre unos labios por donde huir de su cárcel.

Pero el mar no golpea como un corazón,
ni el vidrio o cabellera de una lejana piedra
hace más que asumir todo el brillo del sol sin devolverlo.
Ni los peces innumerables que pueblan otros cielos
son más que las lentísimas aguas de una pupila remota.

Entonces este bosque, esta mota de sangre,
este pájaro que se escapa de un pecho,
este aliento que sale de unos labios entreabiertos,
esta pareja de mariposas que en algún punto va a amarse...

Esta oreja que próxima escucha mis palabras,
esta carne que amo con mis besos de aire,
este cuero que estrecho como si fuera un nombre,
esta lluvia que cae sobre mi cuerpo extenso,
este frescor de un cielo en el que unos dientes sonríen,
en el que unos brazos se alargan, en que un sol amanece,
en que una música total canta invadiéndolo todo,
mientras el cartón, las cuerdas, las falsas telas,
la dolorosa arpillera, el mundo rechazado,
se retira como un mar que muge sin destino.

Breve comentario

¿Qué supone que alguien nos llame?; ¿qué implica ser llamados? Con independencia de las circunstancias particulares, toda llamada provoca primero un cierto movimiento, que comienza con una atracción de nuestra atención. Así, siquiera sea por un momento, la llamada nos hace atender a otra cosa distinta de la que solemos: la llamada, incluso por banal que sea, nos traslada a otro lugar, a otra actividad, a otra escucha, a otra comprensión... Bartolomé (Natanael en el evangelio) era un hombre justo, "un israelita de verdad, en quien no hay engaño", en palabras del mismo Jesús. Pero Bartolomé, como cualquiera de nosotros que no nos hemos apercibido de la llamada del Señor, vivía en su mundo, con sus preocupaciones, con sus expectativas, con sus prejuicios ("¿De Nazaret puede salir algo bueno?"). Jesús lo llama por intermediación de Felipe, que ya había acudido a la llamada del Señor: "Ven y verás." Y fue, vió y se convirtió. Desde entonces Bartolomé fue aún más de verdad, más sin engaño que antes de conocer al Señor.

La llamada del Señor nos traslada siempre a otro lugar espiritual y moral, nos descubre un mundo que es el fundamento del que vemos, nos señala el camino, los objetivos que debemos perseguir, la Verdad en las circunstancias de nuestra vida. Y podemos ser como Bartolomé que acude a la llamada y se convierte, o podemos no percibirla siquiera. E incluso, aun percibiéndola, podemos despreciarla, no acudiendo o no prestando la atención que exige. Somos libres siempre, y sobre todo somos libres ante Dios.

El poema de Aleixandre, cuyo título recuerda al último verso de la rima XI de Bécquer, describe de un modo muy plástico y bello el contraste entre el mundo en el que vivimos antes de la llamada, y durante la misma, y el mundo después de acudir y abrirnos a su propuesta de nueva vida. Que Dios nos conceda la gracia de saberle seguir siempre, de saberle ver en cada circunstancia, de abrir nuestro corazón y nuestra voluntad a sus mandatos, y ello aun en medio de nuestra debilidad, de nuestras heridas y de nuestras carencias que Él quiera mantenernos: nuestra fuerza está siempre en nuestra debilidad para que sólo en Dios logremos la verdadera fortaleza.  

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