martes, 7 de agosto de 2018

Lecturas del día, martes, 7 de agosto. Poema "Consejos" de Antonio Machado. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro de Jeremías (30,1-2.12-15.18-22):

Palabra que Jeremías recibió del Señor: «Así dice el Señor, Dios de Israel: "Escribe en un libro todas las palabras que he dicho. Porque así dice el Señor: "Tu fractura es incurable, tu herida está enconada; no hay remedio para tu llaga, no hay medicinas que te cierren la herida. Tus amigos te olvidaron, ya no te buscan, porque te alcanzó el golpe enemigo, un cruel escarmiento, por el número de tus crímenes, por la muchedumbre de tus pecados. ¿Por qué gritas por tu herida? Tu llaga es incurable; por el número de tus crímenes, por la muchedumbre de tus pecados, te he tratado así." Así dice el Señor: "Yo cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob, me compadeceré de sus moradas; sobre sus ruinas será reconstruida la ciudad, su palacio se asentará en su puesto. De ella saldrán alabanzas y gritos de alegría. Los multiplicaré, y no disminuirán; los honraré, y no serán despreciados. Serán sus hijos como en otro tiempo, la asamblea será estable en mi presencia. Castigaré a sus opresores. Saldrá de ella un príncipe, su señor saldrá de en medio de ella; me lo acercaré y se llegará a mí, pues, ¿quién, si no, se atrevería a acercarse a mí? –oráculo del Señor–. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios."»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 101,16-18.19-21.29 y 22-23

R/.
El Señor reconstruyó Sión, y apareció en su gloria

Los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sión,
y aparezca su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones. R/.

Quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte. R/.

Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia,
para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (14,22-36):

Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.»
Él le dijo: «Ven.»
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.»
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.»
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar, apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto, y cuantos la tocaron quedaron curados.

Palabra del Señor

Poema:
Consejos de Antonio Machado 

Sabe esperar, aguarda que la marea fluya,
—así en la costa un barco— sin que al partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.
Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.


Breve comentario

Esta famosa escena que tanto gustaba a D. Antonio ("¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!"), supone el retrato más completo y condensado de las distintas manifestaciones de la falta de fe o de las debilidades de una fe pobre. Parecería en una primera lectura lo contrario. Hay que tener mucha fe para lanzarse a andar sobre el agua cuando uno no sabe quién o qué es lo que está viendo caminar sobre ellas. Qué impulsivo es el bueno de Pedro, qué afán de aparecer como el más arrojado, el más fiel, el mejor siervo. Y de esos afanes surgidos de su personalidad y sus limitaciones, también ha quedado como el apóstol de los errores más clamorosos. La jactancia nunca es buena compañera en el camino de la fe (ni en cualquier otro buen camino, podría decirse).

El primer error que supone esa falta de fe es el desafío que le plantea al Señor: si eres quien dices ser, mándame ir hacia ti. Pedro está tan confiado de sí mismo que cree que así acorralaría a un impostor. De ser el Señor él caminaría (¡por supuesto!) a su encuentro sin problemas sobre las aguas del lago. Su fortaleza es pura debilidad, pues se fundamenta en el orgullo. Pero todavía no lo sabe. Cree que está por encima de las circunstancias, cuando en su orgullo, su fortaleza depende de ellas. Así, sólo cuando siente la presión del viento, la fuerza de las olas, se apercibe de su debilidad. Afortunadamente para Pedro, aquel que caminaba sobre las aguas no era ni un fantasma ni un impostor.

En nuestra vida de fe caemos muchas veces de forma inadvertida en todas estas tentaciones. Unas veces nos sentimos tan fuertes que hasta le exigimos a Dios condiciones a su amor, le exigimos pruebas, comprobaciones, verificaciones de que nos escucha y atiende, intentamos controlar la calidad de ese amor que dice tener por nosotros. Muchas veces pedimos sin saber, pedimos mal porque pedimos lo que no nos conviene, cuando nuestra voluntad afirma lo contrario; en otras ocasiones, es nuestra impaciencia, nuestra urgencia o nuestra ansiedad la que impone el ritmo y el tipo de nuestras peticiones o incluso mandatos al Señor. Toda esta tristemente rica fenomenología no es la propia de una vida de fe, sino de su falta de ella o de su extrema inmadurez.

Es cierto que la vida puede ser muy dura, que las circunstancias sean de lo más penosas, que todo parezca ir en nuestra contra. Pero si la fe puede evitar algo es caer en la desesperación y en la desesperanza. Vivir sin seguridades da miedo, mucho miedo; y más cuando nuestra vida no se ha desarrollado en buenas o siquiera suficientes condiciones de partida. Con frágiles cimientos de amor, de aceptación, de sano reconocimiento la vida se torna especialmente difícil. En tales circunstancias, la ansiedad, el miedo, o compensaciones a los mismos como el egoísmo, la frialdad afectiva, el materialismo irrestricto pueden tomar las riendas de nuestra voluntad. Entonces, la vida de fe se asemeja a aquella semilla que apenas puede crecer en terrenos hostiles, sin nutrientes ni cuidados. Pedro, como la mayoría de nosotros, aún no estaba preparado para aceptar sin dudas ni prevenciones que aquel que vio andar sobre el lago era el Señor; como nosotros, se llenó de miedo, de dudas y de afán de seguridad, intentado comprobar desde sus posibilidades humanas lo que ocurría. Cuando el Señor sale a nuestro encuentro de la forma que sea, en una enfermedad, en un contratiempo, en un fracaso, en la incomprensión, en la maledicencia, en mis miedos más íntimos, debemos guiarnos por la fe de saber que nos quiere, especialmente cuando compartimos su cruz, cuando la sabemos compartir.

"Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya", dice el poeta con honda sabiduría. La fe, la esperanza, como su nombre indica, es ante todo espera; espera al que ha de venir, espera del que siempre viene, del que nos ama en toda vicisitud, en todo dolor y en toda alegría. Espera, en fin, de aquel que nunca se ha ido, que encuentra en nuestro corazón su mejor cobijo, un corazón tantas veces tan poco hospitalario, tan difícil de recorrer y habitar como caminar sobre el agua. La vida, corta o larga, tiene la longitud de la confianza que sepamos desarrollar en el Señor. Ese es el verdadero arte de vivir; las demás artes (incluido el de hacer versos), en efecto, son "un juguete (...) y, además, no importa." 

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