martes, 26 de diciembre de 2017

Lecturas del día, martes, 26 de diciembre, san Esteban. Poema "Extraño encuentro" de Wilfred Owen. Breve comentario

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (6,8-10;7,54-60):

En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.» Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y, con estas palabras, expiró.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 30,3cd-4.6 y Sab 16bc-17

R/.
A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu

Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame. R/.

A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás.
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Te has fijado en mi aflicción. R/.

Líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,17-22):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.»

Palabra del Señor

Poema:
Extraño encuentro de Wilfred Owen 

Imaginaba haber salido del combate
por un profundo túnel, excavado hace tiempo
en la roca por mano de titanes.

Pero también allí gemían, apiñados
durmientes, cuyo sueño temía importunar.
Luego, al hablarle, uno se puso en pie: miraba
hacia mí fijamente, con ojos compasivos
y una mano que alzaba como en gesto de dádiva.
Por su sonrisa conocí aquel hosco lugar,
en su mueca de muerte supe que era el Infierno.

Un enorme dolor afligía a aquel rostro
pero no había sangre que filtrara la tierra,
ni estruendo de rifles, ni gemido de obuses.
“Amigo—dije—aquí no hay nada que llorar”.
"Nada—respondió él—salvo el tiempo abolido
y la desesperanza. Cualquiera que fue tuya
fue también mía un día: busqué sin freno alguno
la hermosura mayor que en el mundo cupiera
y no está en unos ojos serenos, ni unas trenzas,
sino en algo que burla la huida de las horas
y no sana su herida nada que sea del mundo.
Porque por mi alegría han reído los hombres
y de mi oscuro llanto algo ha sobrevivido
y debe ahora morir: la verdad nunca dicha,
la pena de la guerra. Ahora a muchos hombres
contentará lo que nosotros malgastamos
o, tal vez, descontentos, lo verterán en vano.
Pasarán con la urgencia atroz de una tigresa.
Nadie romperá filas, aunque se retroceda.
Busqué siempre el dolor, pero encontré el misterio.
Busqué siempre el saber, pero encontré el dominio:
perder el paso de este mundo en retirada
a vanas fortalezas carentes de murallas.
Luego, cuando en la sangre se atascaran los tanques,
lavaría las ruedas con un agua muy dulce,
incluso con verdades demasiado profundas,
y daría a mi espíritu rienda suelta, sin freno
y sin herir a nadie, terminada la guerra.
Hay hombres que han sangrado sin tener ni una herida.

“Yo soy, amigo mío, aquel al que mataste.
Te conocí en lo oscuro, pues tenías el gesto
con el que ayer hundiste en mí tu bayoneta.
Intenté, sí, esquivarla, pero estaban heladas
y dormidas mis manos. Durmamos, pues, ahora...”.


Strange meeting

It seemed that out of battle I escaped
Down some profound dull tunnel, long since scooped
Through granites which titanic wars had groined.

Yet also there encumbered sleepers groaned,
Too fast in thought or death to be bestirred.
Then, as I probed them, one sprang up, and stared
With piteous recognition in fixed eyes,
Lifting distressful hands, as if to bless.
And by his smile, I knew that sullen hall,— 
By his dead smile I knew we stood in Hell.

With a thousand pains that vision's face was grained;
Yet no blood reached there from the upper ground,
And no guns thumped, or down the flues made moan.
“Strange friend,” I said, “here is no cause to mourn.” 
“None,” said that other, “save the undone years,
The hopelessness. Whatever hope is yours,
Was my life also; I went hunting wild
After the wildest beauty in the world,
Which lies not calm in eyes, or braided hair,
But mocks the steady running of the hour,
And if it grieves, grieves richlier than here.
For by my glee might many men have laughed,
And of my weeping something had been left,
Which must die now. I mean the truth untold,
The pity of war, the pity war distilled.
Now men will go content with what we spoiled.
Or, discontent, boil bloody, and be spilled.
They will be swift with swiftness of the tigress. 
None will break ranks, though nations trek from progress.
Courage was mine, and I had mystery;
Wisdom was mine, and I had mastery: 
To miss the march of this retreating world
Into vain citadels that are not walled.
Then, when much blood had clogged their chariot-wheels, 
I would go up and wash them from sweet wells,
Even with truths that lie too deep for taint.
I would have poured my spirit without stint
But not through wounds; not on the cess of war.
Foreheads of men have bled where no wounds were.

“I am the enemy you killed, my friend.
I knew you in this dark: for so you frowned
Yesterday through me as you jabbed and killed.
I parried; but my hands were loath and cold.
Let us sleep now. . . .”


Breve comentario

Parece que los cristianos somos unos aguafiestas. Después del júbilo del día de ayer en que celebramos el nacimiento de Jesucristo en Belén, hoy recordamos la muerte por lapidación del primer mártir de la Iglesia, san Esteban, y pasado mañana la matanza por Herodes de los Santos Inocentes. El hecho de la encarnación y el nacimiento de Dios como hombre entre los hombres es un misterio de amor insondable, pero sólo la primera etapa de ese misterio. El anonadamiento maravilloso y absolutamente inaudito del Señor cumplirá todas las etapas y mostrará todas las dimensiones humanas existencialmente posibles: incomprensión, persecución, humillación y muerte ignominiosa. Quien quiera seguir a Cristo con coherencia de vida y compromiso va a tener que pasar al menos por alguna de estas etapas de pasión, por alguna de estas cruces. No es posible seguir al Señor sin ellas. El mundo no tolera, como no toleró, su mensaje ni su verdad. El amor de Dios en un mundo como éste, como el de todo tiempo, ha de traer inevitablemente la confrontación y la guerra: no puede haber componendas con la mentira y el mal, con el pecador orgulloso de serlo. Y el mundo, por supuesto, enfrentará toda la fuerza del odio del que es capaz de desplegar para evitar que la verdad prevalezca. Esto es así hoy como hace dos mil años cuando nació el Salvador del vientre de la Virgen María.

Por ello las durísimas palabras, la terrible descripción de la lucha cristiana en este mundo que traza san Mateo. En plena celebración de la Navidad, fiesta tradicionalmente entrañable y familiar, leemos atónitos: "Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará." Describe una guerra total, sin cuartel, sin piedad, trágica. La mentira no respetará nada, el mal se extenderá por todos los ámbitos, incluso entre los vínculos más íntimos. Una lucha de estas características, un rival de esta naturaleza no podría ser vencido jamás por fuerzas puramente humanas, pues es el hombre precisamente la fuente de toda debilidad y miseria. Aunque la lucha ha de ser necesariamente terrible, san Mateo nos señala cuál es nuestra fuerza y nuestra victoria: la presencia y la actuación de Dios en nuestros corazones. Y con Dios, ¿a quién temeré? Todo sufrimiento que nos inflijan se transformará en victoria, en ejemplo, en nueva fuente de fe y de esperanza, en un río de amor que se desbordará en corazones antes ajenos o indiferentes. En términos militares, por cada caído por Dios surgen regimientos enteros de nuevos soldados para combatir el buen combate paulino.

San Esteban fue el primer soldado caído por el amor de Dios. Tras él le han seguido millones de mártires o de servidores del Señor durante estos largos dos milenios de cristianismo. Y seguimos dando la misma batalla ahora. Y ellos siguen dándola contra nosotros. Así, he elegido este estremecedor poema de guerra del inglés Wilfred Owen, poeta y oficial del ejército británico durante la I Guerra Mundial, que, intentando tomar una posición en tierras galas, fue muerto en la misma, pocos días antes de la firma del Armisticio. El poema, de una enorme belleza y hondura, hace referencia a la batalla fundamental en que este mundo se debate: la batalla contra uno mismo, contra el propio pecado, la propia tendencia al mal, que es la madre de todas las batallas, de todas las guerras, de todo mal. Y en ese combate fundamental o contamos con el Señor para vencerlo una y otra vez (pues es un enemigo que siempre se levanta), o no avanzaremos ni un milímetro.

Esto también es Navidad. 

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