jueves, 7 de junio de 2018

Lecturas del día, jueves, 7 de junio. Poema "Tú" de Antonio Gamoneda. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la segunda carta de san Pablo a Timoteo (2,8-15):

Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor. Pero la Palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna. Es doctrina segura: «Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.» Sígueles recordando todo esto, avisándoles seriamente en nombre de Dios que no disputen sobre palabras: no sirve para nada y es catastrófico para los oyentes. Esfuérzate por presentarte ante Dios y merecer su aprobación como un obrero irreprensible que predica la verdad sin desviaciones.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 24, 4-5ab. 8-9. 10 y 14
 
R/. Señor, enséñame tus caminos

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas,
haz que camine con lealtad;
enséñame porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.

El Señor es bueno y recto
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía con los fieles
y les da a conocer su alianza. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (12,28b-34):

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.»
El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.»
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor

Poema:
de Antonio Gamoneda 

Caer en un rostro, existir
con su respiración y con su boca...

Cuando tú estabas en peligro,
tú gritaste, mas fue
en la garganta de otro ser humano;
se levantó tu cuerpo
y fue en los brazos de otro ser humano.

Entonces comprendías.

Y tu necesidad y tu dolor
no fueron nunca como antes. Tú
ya no ves signos. Ahora, tú desprecias
todas las dudas. Y tu pensamiento
no es espejo que calla; ya es amor
y destino y conducta y existencia.

Breve comentario

Suele entenderse que algo es lo primero cuando su importancia es mayor con respecto a una serie que le sucede. En este caso, el orden refleja la importancia. Pero también lo primero se refiere a su necesidad para que la serie que le sigue pueda existir. Así podemos decir que lo primero para un ser vivo es respirar por delante de cualquier otra necesidad: si no respiramos, no es posible comer, moverse, percibir con los sentidos o ser feliz. El mandamiento del amor al Señor es el primero en los dos sentidos. Es la realidad más importante que existe para ser amada, y sin ese amor a Él dirigido, ningún otro amor puede existir propiamente. En el amor a Dios se resume la naturaleza amorosa del hombre, su origen, su plenitud, sus condiciones de desarrollo y su fin.

Dios nos ama, y como todo amante nos busca; busca nuestro encuentro, busca atraernos, busca darse, busca ser en nosotros, busca elevarnos hacia Él, busca darse a conocer para que sepamos y gocemos de su plenitud: busca nuestro bien, nuestra salvación. El amor humano participa, como el efecto de su causa, de todas estas dimensiones, pero trascendidas en Dios y dirigidas a Dios. El efecto más profundo del amor es hacerse otro en el otro, es transformarse por amor en el otro, para siendo ya el otro, buscar y lograr su bien. El amor así entendido conduce siempre a la unidad amorosa, que es no sólo ni necesariamente unidad carnal, sino también y sobre todo de almas. Así se entiende el mandato divino: "Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne." (Gén 2, 24).

Lo que hoy se entiende por amor no son más que variaciones de solipsismo, del culto al propio ego, o dicho en lenguaje puramente sexual, no es más que ejercicios masturbatorios en que el otro sólo existe en función de la satisfacción de mis intereses. Allí no hay trascendencia alguna: no se sale del propio yo, ni se busca salir de él; el otro no existe, y su bien sólo existe si está al servicio del mío. Aquí, evidentemente, ni hay unidad, ni entrega, ni plenitud alguna. Las parejas así constituidas son una soledad a dos. Nadie se entrega a nadie; cada uno está preocupado en satisfacer sus propios deseos, y el otro sólo existe para lograrlos, para lo cual lo utilizamos de forma egoísta. Esto no es amor por mucho sentimentalismo o atracción sexual o afinidad de gustos que pueda aparecer.

Dios es el Otro por excelencia, la máxima alteridad, lo infinitamente distinto; y siendo así, por su Amor, logra ser el más próximo, el habitante más íntimo de nuestra esencia, la puerta abierta a la plenitud de nuestra humanidad. En este amor no hay miedos ni inhibiciones, no hay vergüenza pues no hay culpa ("Los dos estaban desnudos, Adán y su mujer, pero no sentían vergüenza uno de otro" -Gén 2, 25-). En efecto, sólo entonces, como dice el poeta, comprendemos:
"Y tu necesidad y tu dolor
no fueron nunca como antes. Tú
ya no ves signos. Ahora, tú desprecias
todas las dudas. Y tu pensamiento
no es espejo que calla; ya es amor
y destino y conducta y existencia."

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