sábado, 10 de marzo de 2018

Lecturas del día, sábado, 10 de marzo. Poemas "Si no levantas los ojos..." de Antonio Porchia y "Estatura" (poema 540) de Emily Dickinson. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la profecía de Oseas (6,1-6):

Vamos, volvamos al Señor.
Porque él ha desgarrado,
y él nos curará;
él nos ha golpeado,
y él nos vendará.
En dos días nos volverá a la vida
y al tercero nos hará resurgir;
viviremos en su presencia
y comprenderemos.
Procuremos conocer al Señor.
Su manifestación es segura como la aurora.
Vendrá como la lluvia,
como la lluvia de primavera
que empapa la tierra».
¿Qué haré de ti, Efraín,
qué haré de ti, Judá?
Vuestro amor es como nube mañanera,
como el rocío que al alba desaparece.
Sobre una roca tallé mis mandamientos;
los castigué por medio de los profetas
con las palabras de mi boca.
Mi juicio se manifestará como la luz.
Quiero misericordia y no sacrificio,
conocimiento de Dios, más que holocaustos.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 50,3-4.18-19.20-21ab

R/.
Quiero misericordia, y no sacrificios

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias. R/.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Palabra del Señor
 
Poemas:
"Si no levantas los ojos..." de Antonio Porchia
 
Si no levantas los ojos,
creerás que eres
el punto más alto. 

Estatura (poema 540) de Emily Dickinson

Poder discrecional tuve en mi mano
y con denuedo contra el mundo fui;
dos veces temeraria lo he afrontado
tan sólo con la honda de David.
 
Aunque la piedra le arrojé segura
fui sólo yo la que me desplomé:
¿de Goliat fue muy grande la estatura
o quizá fue mayor mi pequeñez?
 
"I took my Power in my Hand..."
 
I took my Power in my Hand—
And went against the World—
'Twas not so much as David—had—
But I—was twice as bold—

I aimed by Pebble—but Myself
Was all the one that fell—
Was it Goliath—was too large—
Or was myself—too small? 
 
Breve comentario
 
¿Cuál es el valor de cada persona? ¿Bajo qué criterios clasificamos esa valía? ¿Cuál es nuestra estatura con respecto a qué? ¿Y para qué nos medimos? La mentira del orgullo, posiblemente el peor pecado tras aquellos que atentan directamente contra la vida, se cuela por las mil rendijas que presenta nuestra debilidad. Da igual a lo que nos dediquemos, pues la función no limita nuestra condición pecadora, y menos la del orgullo, en verdad ubicua. Los orgullosos más desatados los he hallado entre curas, médicos, escritores, periodistas, ferroviarios, taxistas... Y gente asombrosamente humilde entre militares, profesores, vendedores... 
 
El orgullo más extremo es el de aquel que se considera dios de sí mismo, algo hoy muy común. Si para la mentalidad contemporánea Dios no existe, forzosamente debemos erigirnos en tales. El egoísmo individualista más exacerbado va de suyo entonces. También hay quienes, creyendo en Dios, se consideran incluso mejor que Dios mismo, como el fariseo del evangelio de hoy. Agradece a Dios su "perfección" con condescendiente superioridad. 
 
Nada como la propia consciencia de nuestra falibilidad, la certeza de que no somos mejores que nadie (ni tampoco peores), para llevarnos a la realidad muchas veces no grata de lo que somos. En psicoterapia se podría decir que cabe distinguir dos fases en función de esa conciencia del propio orgullo. Por lo general, las personas nos llegan con un grado de daño no pocas veces muy notable. En tales casos, lo que prima es reconstruir a esa persona; y ello pasa por descubrir cómo se ha llegado a ese punto. Y como nadie se destruye solo, comprobamos lo que esa persona ha sufrido por parte de otros. En la medida que se avanza en esta labor, en medio de un vínculo afectivo positivo y protector para el paciente, la persona comienza poco a poco a remontar. Cuando en ese proceso se ha llegado a un cierto grado de madurez o de estructuración psíquica, comienza una segunda labor, más dolorosa, pero que será la definitiva: tomar conciencia de hasta qué punto nosotros somos también responsables de lo que nos ocurre. Y aquí vemos todos los sentimientos, pensamientos y actos negativos en los que la persona se abandona con evidente placer o al menos en los que halla una compensación más o menos gratificante. Esta es la razón que explica por qué no todas las personas (la mayoría, de hecho) que han vivido una infancia difícil o incluso terrible no se convierten en psicópatas, asesinos en serie o violadores.
 
El orgullo supone, pues, perder de vista nuestra naturaleza pecadora, que tiende al mal tan pronto se abandona a la satisfacción que logra en ello. Nunca perdamos de vista lo que somos. Y menos aún lo que somos ante Dios. Esto nos devolverá a la humildad de inmediato.

4 comentarios:

  1. La traducción del poema publicada aparentemente se debe al poeta colombiano Carlos López Narváez.

    Se esfuerza en dotar de unidad de medida y rima regular al poema de Dickinson, que no está sujeto a tantas limitaciones. En el empeño, desgraciadamente pierde gran parte del sentido (1ª estrofa) y fuerza expresiva del original.

    Creo que esta versión que propongo transmite mejor la idea y el sentimiento de Emily Dickinson:

    Con toda mi Fuerza en la Mano (I took my Power in my Hand, 540) de Emily Dickinson, traducido por Rocky Marciano

    Con toda mi Fuerza en la Mano
    me lancé contra el Mundo.
    No tenía tanta como David,
    pero yo era el doble de audaz.

    Arrojé mi Guijarro al blanco,
    pero solo Yo me desplomé.
    ¿Era Goliat demasiado grande
    o yo demasiado pequeña?

    --
    Un abrazo.

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    Respuestas
    1. Muchas gracias de nuevo, Rocky. Muy buena tu traducción otra vez. Es cierto que la versión de López Narváez es demasiado libre, sobre todo en la primera estrofa, por el afán de lograr una métrica y un ritmo marcado, que son distintos del peculiar inglés de Dickinson. Tu versión es más fiel al contenido del poema, pero pierde la gracia de la musicalidad del original, básicamente irreproducible al castellano.

      Muchas gracias de nuevo por tu esfuerzo y generosidad, Rocky.

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  2. Efectivamente, doiraje. No se puede tener todo a un tiempo.

    Muchas gracias por el blog y un abrazo.

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  3. Gracias a ti siempre.

    Un abrazo fuerte, Rocky.

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