sábado, 27 de enero de 2018

Lecturas del día, sábado, 27 de enero. Poema "Los límites" de Alfonso Costafreda. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del segundo libro de Samuel (12,1-7a.10-17):

En aquellos días, el Señor envió a Natán a David. Entró Natán ante el rey y le dijo: «Había dos hombres en un pueblo, uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del rico, y no queriendo perder una oveja o un buey, para invitar a su huésped, cogió la cordera del pobre y convidó a su huésped.» David se puso furioso contra aquel hombre y dijo a Natán: «Vive Dios, que el que ha hecho eso es reo de muerte. No quiso respetar lo del otro; pues pagará cuatro veces el valor de la cordera.» Natán dijo a David: «¡Eres tú! Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías, el hitita, y matándolo a él con la espada amonita. Así dice el Señor: "Yo haré que de tu propia casa nazca tu desgracia; te arrebataré tus mujeres y ante tus ojos se las daré a otro, que se acostará con ellas a la luz del sol que nos alumbra. Tú lo hiciste a escondidas, yo lo haré ante todo Israel, en pleno día."» David respondió a Natán: «¡He pecado contra el Señor!» Natán le dijo: «El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás. Pero, por haber despreciado al Señor con lo que has hecho, el hijo que te ha nacido morirá.» Natán marchó a su casa. El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y cayó gravemente enfermo. David pidió a Dios por el niño, prolongó su ayuno y de noche se acostaba en el suelo. Los ancianos de su casa intentaron levantarlo, pero él se negó y no quiso comer nada con ellos.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 50,12-13.14-15.16-17

R/.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.

Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,35-41):

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.» Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!» El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»

Palabra del Señor

Poema:
Los límites de Alfonso Costafreda 

Pienso en mis límites,
límites que separan
el poema que hago
del que no puedo hacer,
el poema que escribo
del que nunca podré escribir.
Límites también, en consecuencia,
de lo que amo
y de lo que nunca podré amar.

Límites de lo que quisiera decir
o ver o tener.
__________Palabras que daría
para descubrir, palabras para ayudar.
Límites del amor, palabras
insuficientemente valiosas
en un desierto inacabable.


Breve comentario

«¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». Esta acusación, más bien, esta evidencia es plenamente vigente en nuestro tiempo. Y no ya en aquellos alejados de Dios, sino en los que nos decimos seguidores de Cristo. Vivir con fe, y, más aún, vivir de la fe, sostenerse en ella, decidir, actuar, pensar, hablar, crear desde ella, sigue siendo una conquista nada fácil. En efecto, sí, seguimos siendo muy cobardes. Y sin embargo nuestra fe no debería ser cosa de valientes, pues no es fe carente de fundamento. No cabe raíz más sólida sobre la que apoyarse y crecer que Cristo. Y sin embargo..., ¡ay, los límites!...

Hay límites que son los que imponen los tiempos, la realidad que nos ha tocado vivir, el entorno en el que hemos crecido y que también nos ha influido. Estos límites sólo en una pequeña medida los podemos remover, y esto en el mejor de los casos. Cada uno de nosotros poco podemos hacer por resolver la pobreza de los países tercermundistas o para evitar los conflictos bélicos en tantas partes del mundo. Poco puede hacerse ante un yihadista más que detenerlo; pero tampoco puede hacerse mucho más para vencer la ideología de género: también detenerla. Parece que la verdad en el mundo tiene un triste presente y aún más triste porvenir. Es cierto, en este sentido, el triste final del poema de Costafreda:
"Límites del amor, palabras
insuficientemente valiosas
en un desierto inacabable."


Pero también hay límites internos, a su vez muy pertinaces, que sí pueden ser removidos. O al menos en una parte sustancial. La fuerza del mensaje evangélico reside en su fundamento, Dios mismo; si bien la elección de la audiencia a la que va dirigido lo vuelve aún más eficaz: el corazón de cada persona. El Señor no habla preferentemente a los Estados, a las clases dirigentes u oprimidas, a las organizaciones culturales, políticas o económicas. Dios habla a los hombres, a cada hombre. Es ahí donde cabe hablar de fe o de valor, de egoísmo o cobardía. En definitiva, un país o una clase social no es más que las personas que lo forman. Son las personas, de una en una consideradas, las que creen, las que actúan, las que se acercan o se alejan de Dios, las que se hacen defensores del "libre" mercado explotador de los débiles, de la Guerra Santa o de la ideología de género, o las que los rechazan o los padecen.

Lo he repetido varias veces en este foro, y lo haré aún más, pues es una idea central: dejarse hacer por Dios es la tarea más importante y a la vez más sencilla y difícil para el hombre. Sobre todo para el hombre contemporáneo. Nuestro amor tiene límites porque seguimos sin creernos que Dios nos habita y actúa en nuestra vida. Y así vivimos en el perpetuo temor (que no es el saludable temor de Dios): en el temor de resultar impotentes en nuestra autosuficiencia, en nuestro necesidad de control, en nuestra libertad que no debe admitir servidumbre alguna, autónoma hasta de toda verdad (¿y qué es una libertad sin verdad?). Nunca como en estos tiempos el hombre ha alcanzado más poder para transformar el mundo y obtener conocimientos del mismo, y nunca como hoy ha llegado a ser interiormente más frágil, más asustadizo, más huérfano de referentes y de apoyos, más ciego y más ignorante y alejado de la realidad. Quizá por ello las nuevas generaciones tienden a escaparse a "realidades virtuales" (toda una contradicción en los términos) que ellos mismos se construyen con artefactos tecnológicos en las que jugar (literalmente, jugar) como eternos adolescentes que se negaran a crecer. Hemos crecido hacia fuera, y adentro ya no hay nada. Y ese vacío produce verdadero pánico y desamparo; esa sí que es una tormenta silenciosa, pero verdaderamente aterradora.

No seamos cobardes; o al menos no aceptemos como algo inevitable serlo, como quien acepta la política de hechos consumados con la que tenemos que desayunarnos todas las mañanas cuando abrimos el periódico o Internet. Ese mundo que algunos (muchos) padecemos sólo puede ser transformado desde el corazón de cada persona. Dios aplaca las fuerzas de la naturaleza no sólo porque es Dios, sino porque sabe dónde está el poder para dominarlas. El hombre contemporáneo sin Dios, con toda la ciencia y la tecnología que acumula, no logra aún adueñarse de ellas, o sólo de un modo muy parcial, pues sigue considerándose dios de sí mismo, fuente de toda su potencia. Un mundo así, un hombre así está llamado a fracasar. Es más, la paradoja de nuestro tiempo se caracteriza por que cuanto más éxito tenga más se hundirá en su fracaso. Este mundo sin Dios, con ciencia y sin conciencia de sus límites, de sus carencias y errores, con toda la tecnología e impotente para conocer y operar en la realidad no virtual que le fundamenta y le precede, lleno de miedos e inseguridades cuanto más se rodea de cachivaches que pretenden controlarlo todo, no tiene el menor porvenir.

Amigos, no tengamos miedo de las tormentas que estos hombres provoquen, incluso las que provoquen dentro de la Iglesia, aun en los estratos más altos de su Jerarquía. Tenemos un fundamento muy sólido para confiar, para despertar, para ordenar y sobreponernos a la mentira y el error. Y si caemos, levantémonos y acudamos al perdón del Señor para retomar el camino. No hay tormenta que pueda con la certeza del Señor. Que ella siempre nos habite: Su Amor no conoce límites.   

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