lunes, 14 de agosto de 2017

Lecturas del día, lunes, 14 de agosto. Poema "En mi flor me he escondido..." de Emily Dickinson. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro del Deuteronomio (10,12-22):

Moisés habló al pueblo, diciendo: «Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos que yo te mando hoy, para tu bien. Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último cielo, la tierra y todo cuanto la habita; con todo, sólo de vuestros padres se enamoró el Señor, los amó, y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos, como sucede hoy. Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz; que el Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, fuerte y terrible; no es parcial ni acepta soborno, hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al forastero, dándole pan y vestido. Amaréis al forastero, porque forasteros fuisteis en Egipto. Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te pegarás a él, en su nombre jurarás. Él será tu alabanza, él será tu Dios, pues él hizo a tu favor las terribles hazañas que tus ojos han visto. Setenta eran tus padres cuando bajaron a Egipto, y ahora el Señor, tu Dios, te ha hecho numeroso como las estrellas del cielo.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 147,12-13.14-15.19-20

R/.
Glorifica al Señor, Jerusalén

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.

Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (17,22-27):

En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos Galilea, les dijo Jesús: «Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día.» Ellos se pusieron muy tristes. Cuando llegaron a Cafarnaún, los que cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?» Contestó: «Sí.» Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?» Contestó: «A los extraños.» Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti.»

Palabra del Señor

Poema:
"En mi flor me he escondido..." de Emily Dickinson

En mi flor me he escondido
para que, si en el pecho me llevases,
sin sospecharlo tú también allí estuviera…
Y sabrán lo demás sólo los ángeles.


En mi flor me he escondido
para que, al deslizarme de tu vaso,
tú, sin saberlo, sientas
casi la soledad que te he dejado.


"I hide myself within my flower..."

I hide myself within my flower,
That wearing on your breast,
You, unsuspecting, wear me too—
And angels know the rest.

I hide myself within my flower,
That, fading from your vase,
You, unsuspecting, feel for me
Almost a loneliness.

https://www.youtube.com/watch?v=QYPdrRzR26U

Breve comentario

Como en tiempos de Cristo, los católicos hoy, como cualquier ciudadano, debemos pagar todos los tributos y tasas que el Estado determine para contribuir a la financiación de las partidas y objetivos que aquel establezca. Este principio básico de organización social ha quedado incólume con el paso de los siglos y de las culturas, al menos en Occidente. No en vano los romanos son padres del Derecho, y la Hacienda Pública es parte del mismo. Es cierto que, como pueblo dominado y ocupado, los judíos eran obligados a sostener y financiar al Imperio que los sojuzgaba por medio de impuestos. Aunque no cabe hablar hoy de fuerzas de ocupación en las "abiertas" sociedades occidentales, pues todos los ciudadanos que las componemos somos en derecho hombres "libres", lo cierto es que los católicos en ellas estamos obligados a sostener con nuestros dineros iniciativas que contravienen nuestra conciencia: abortos, divorcios, gaymonios, manipulaciones embrionarias, fecundaciones artificiales, métodos anticonceptivos, operaciones de cambio de sexo, implantación de la ideología de género en las escuelas, carrera armamentística o eutanasias. Aunque es un principio razonable y racional este modo básico de organización social, no debería ser excesivo exigir que como sociedad compartiéramos una mínima objetividad ética para distinguir con claridad aquellos fines que son intrínsecamente buenos e intrínsecamente malos en todos los casos. La excesiva apertura ética de nuestras sociedades liberales nos esclavizan a no pocos que tenemos una clara conciencia de la bondad y la maldad humanas. La libertad liberal de los que nos intentan ocupar nuestras conciencias con sus contravalores nos van exterminando la imprescindible libertad de las nuestras. Nunca como en las sociedades postmodernas relativistas y nihilistas occidentales la libertad fue más tiránica contra ella misma. Es una evidencia difícilmente rebatible que hoy el Derecho está siendo sustituido cada vez en mayor medida, en contra del espíritu de los antiguos legisladores romanos que lo inspiraron, en la voluntad personal y el interés circunstancial: la objetividad ética de los fines va quedando desplazada en ámbitos cada vez más extensos y fundamentales.

Así las cosas, el Señor no se opone frontalmente a este orden meramente humano. Seguir a Cristo nos hace que repudiemos el esclavismo, pero Cristo no luchó per se contra el mismo, aunque su doctrina del amor al hermano sea radicalmente contraria e incompatible con aquel. Jesucristo no se opone a pagar los impuestos que marca el Imperio dominador: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Pero dejando a Dios lo que es de Dios, el César y su mundo quedará radicalmente modificado, pues la verdad lo gobierna todo, de lo contrario no sería verdad. El orden humano no es absolutamente independiente y autónomo del orden divino, que es orden de las cosas. Y aquí volvemos a la objetividad ética del bien y del mal: lo que es bueno o malo para Dios debe serlo también para el César. Cuando el César se rige por criterios ajenos a esa objetividad es cuando nos hallamos en una división destructiva, una auténtica división de poderes entre lo que considera bueno el hombre y lo que Dios ha establecido. Esta es por desgracia la auténtica división de poderes de las democracias occidentales y no las que define su pensamiento político, que es a los efectos más aparente y formal que real.

Dios elige otra forma de actuar en el orden humano. No posee un programa político o ideológico alternativo, sino una actitud hacia el hombre presidida por el amor, el perdón y la Ley de Dios (un amor y un perdón sin Ley es una pura contradicción, la nada: ¿por qué amar y no odiar?; ¿de qué me deben perdonar, si yo decido lo que es bueno y malo?). El Señor mide los tiempos, los ritmos y las intensidades de todos sus actos para que su verdad cale. A veces, toca la confrontación ("raza de víboras", "sepulcros blanqueados", "no echéis las perlas a los cerdos", la expulsión a latigazos de los mercaderes del templo...); a veces, la colaboración, pero siempre con el fin de dar a conocer a los hombres el amor de Dios. Esta vez toca no escandalizar, aunque no deja de ser irónico el modo en que Dios cumple con su deber tributario: saca el dinero de un pez.

Por todo ello he elegido este bello y sutilísimo poema de Emily Dickinson, como todos los suyos. La presencia de Dios se impone de un modo callado, leve, silente, pero indudable y fortísimo. Es lo de menos montar una batalla contra la opresión imperial al pueblo judío, al modo de los zelotes, o siquiera de una manera menos radical. Esa no es la guerra que el cristiano debe combatir: la sociedad se transforma desde cada conciencia individual, desde cada corazón. Es transformando al hombre, a cada hombre, a la mirada de Dios como conseguiremos que el mundo del César, siendo del César, no vaya contra el orden de Dios, como ocurre dramáticamente hoy en casi todo Occidente de un modo desconocido nunca antes. Escondámonos sólo aparentemente en la flor de la verdad de Dios para aromatizar este mundo pestilente. Nuestra presencia, así, se hará notar más. Y nuestra ausencia, también.

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