jueves, 3 de agosto de 2017

Lecturas del día, jueves, 3 de agosto. Poema "La red (III)" de José García Nieto. Breve comentario


Primera lectura

Lectura del libro del Éxodo (40,16-21.34-38):

En aquellos días, Moisés hizo todo ajustándose a lo que el Señor le había mandado. El día uno del mes primero del segundo año fue construido el santuario. Moisés construyó el santuario, colocó las basas, puso los tablones con sus trancas y plantó las columnas; montó la tienda sobre el santuario y puso la cubierta sobre la tienda; como el Señor se lo había ordenado a Moisés. Colocó el documento de la alianza en el arca, sujetó al arca los varales y la cubrió con la placa. Después la metió en el santuario y colocó la cortina de modo que tapase el arca de la alianza; como el Señor se lo había ordenado a Moisés. Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro, y la gloria del Señor llenó el santuario. Moisés no pudo entrar en la tienda del encuentro, porque la nube se había posado sobre ella, y la gloria del Señor llenaba el santuario. Cuando la nube se alzaba del santuario, los israelitas levantaban el campamento, en todas las etapas. Pero, cuando la nube no se alzaba, los israelitas esperaban hasta que se alzase. De día la nube del Señor se posaba sobre el santuario, y de noche el fuego, en todas sus etapas, a la vista de toda la casa de Israel.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 83,3.4.5-6a.8a.11

R/.
¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!


Mi alma se consume
y anhela los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo. R/.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío. R/.

Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza;
caminan de baluarte en baluarte. R/.

Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,47-53):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?» Ellos les contestaron: «Sí.» Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.» Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.

Palabra del Señor

Poema:
La red (III) de José García Nieto

Tú y tu red, envolviéndome. ¿Tenía
yo un ciego mar de libertad, acaso,
donde evadirme? ¿O era breve el vaso,
y más corto mi trago todavía...?

No podía ser otro; no podía,
siendo tuyo, escapar. Tu cielo, raso,
sin ventana posible. Y, paso a paso,
yo midiendo mi celda cada día.

Y, sin embargo, libre. ¡Oh Dios! Qué oscuro
mi pecho está junto a tu claro muro,
contándote las penas y las horas,

sabiéndose en tu mano. ¡Red aprieta!
Que sienta más tu yugo esta secreta
libertad que yo gasto y Tú atesoras.

Breve comentario

Parece que la libertad está ligada a la capacidad para actuar, por un lado, y, por otro, de actuar acorde a nuestro juicio y voluntad. Planteada de esta forma, la definición parece incontrovertible. Pero a la libertad así entendida hay que añadirle una nueva dimensión que la eleve del mero poder hacer y poder enjuiciar por uno mismo: la verdad. ¿Es libertad aquel obrar del individuo basado en juicios erróneos o que causen un perjuicio al propio agente de los actos o a los demás o su entorno? Desde la perspectiva de la libertad que dábamos al comienzo, sin duda, pues cumple los dos requisitos: el agente de los actos es la propia persona, y el fundamento de los mismos su propio juicio. Una libertad sin verdad podrá seguir siendo libertad sólo si consideramos que es el sujeto y su conciencia el único referente para la acción y el juicio. Pero, por más que hoy Occidente con sus liberalismos varios se empeñe, no vivimos en un mundo carente de trascendencia, de verdad: el hombre posee un sentido que lo habita y le hace ser precisamente lo que es, ser humano. Que el hombre encuentre ese sentido que lo trasciende para actuar en conciencia con arreglo a aquel es lo que le hace libre, pues vivirá en armonía o acorde con la verdad de su ser, de la vida y del mundo. Es vivir de acuerdo a la verdad lo que hace libre, y no la mera capacidad de actuar con juicios desligados de la misma, por muy basados que estén en la conciencia del sujeto. Una libertad sin verdad es una libertad para la propia destrucción. Sólo la verdad, en efecto, posee la capacidad para hacernos libres, no un mero actuar en conciencia que la desconozca o no la considere.

Desde esta perspectiva se entiende mucho mejor la imagen evangélica de la red y, de paso, el poema elegido. El hombre puede considerarse libre como hijo de Dios o como hijo de sí mismo. Unos y otros en el último día habrán de comparecer ante Él, Dios de Misericordia y Dios Juez. La Misericordia infinita del Señor no es obstáculo o contradicción al Juicio divino, pues nuestra vida creada para amar está sometida a las leyes que dispuso para que nuestra libertad no se perdiera, por medio de un mal uso de la misma, de sus designios de amor. Una libertad que desprecie esas leyes no se basa en el amor y resultará condenada en el mismo grado que la misericordia de Dios es infinita: un rechazo de la misma por la criatura supone un castigo infinito. En esta condena hay justicia, pero también misericordia, pues no es lo mismo vivir en el amor de Dios que vivir en el rechazo de Dios. La red, instrumento que recoge a las almas en el fin de los tiempos, nos recuerda que nuestra libertad será medida por nuestra relación con Dios: sólo somos libres en Dios y para Dios. Así, como el poeta, sólo los hombres que hayan sido libres en su amor a Dios amarán esa red que no aprisiona, sino que abraza para salvarnos; en cambio, aquellos que han vivido como dioses de sí mismos, desde una conciencia ajena a la verdad del ser que Dios les dió, vivirán la red como una condenación, como instrumento de prisión y no de la plenitud que salva. Digamos, pues, con el poeta:

"(...)¡Red aprieta!
Que sienta más tu yugo esta secreta
libertad que yo gasto y Tú atesoras."

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