martes, 24 de mayo de 2016

Lecturas del día, martes, 24 de mayo. Poema: "Grito" de Doiraje. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1,10-16):

La salvación fue el tema que investigaron y escrutaron los profetas, los que predecían la gracia destinada a vosotros. El Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, les declaraba por anticipado los sufrimientos de Cristo y la gloria que seguiría; ellos indagaron para cuándo y para qué circunstancia lo indicaba el Espíritu. Se les reveló que aquello de que trataban no era para su tiempo, sino para el vuestro. Y ahora se os anuncia por medio de predicadores que os han traído el Evangelio con la fuerza del Espíritu enviado del cielo. Son cosas que los ángeles ansían penetrar. Por eso, estad interiormente preparados para la acción, controlándoos bien, a la expectativa del don que os va a traer la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis más a los deseos que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. El que os llamó es santo; como él, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque dice la Escritura: «Seréis santos, porque yo soy santo.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 97,1.2-3ab.3c-4

R/.
El Señor da a conocer su victoria

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclamad al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,28-31):

En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mi y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones–, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros.»

Palabra del Señor

Poema:
Grito de Doiraje

¿Soy tibio? ¿Soy mediocre?
No lo sé.
Es verdad que vacilo, que dudo, que temo.
Señor, creo quererte, mas no logro afirmar
mi voluntad en Ti; Señor, quiero
entregarme, y un silencio hondo, y mío,
calla mis manos.
¿Por qué cuando mi sed te busca,
mi soledad se allega?
Sepárame mi noche, Señor, o haz de mi ausencia
posada abierta, dulce, para tus
hijos, para mis hermanos, para mí.

Mediocres, tibios son mis gestos, sí;
callado es hoy el grito de mi amor,
mas nunca tanto amor hubo en mi miedo.

Breve comentario

Ser cristiano no es sencillo. Ni con la gracia del bautismo ni de los demás sacramentos se hace fácil el seguimiento al Señor. Él nos pide todo, es cierto, pero Él también quiere que previamente nosotros queramos lo que Él desea para nosotros. Y para que se dé esa convergencia de voluntades, esa asimilación o identidad entre Su deseo y el nuestro, Él sabe que debemos sortear nuestras debilidades, nuestras heridas, nuestras insuficiencias y nuestros pecados que consentimos. Hay una tensión cierta entre el amor y la entrega que el Señor nos exige, y nuestras fragilidades y falsas compensaciones. Abrirnos al amor de Dios, en un alma apaleada por esta vida, es casi como un saltar al vacío sin defensas, confiando que Alguien no dejará que nos estrellemos finalmente, pero apoyado sólo en la fe, en una experiencia de amor cuya estabilidad siempre nos parece insuficiente para semejante demanda.

Como muchos, yo no soy ajeno a esta tensión, a ese miedo cierto. Apaleado por la vida incluso diría que antes de haber nacido, confiar no es mi fuerte. Confiar en Dios es siempre una gracia, un don de su misericordia; pero también, para resultar fértil, precisa de nuestra apertura. Y esto último depende de nosotros. Dios quiere que las cosas sean así: busca nuestra aquiescencia, pues nuestra relación con Él la quiso en libertad. Sólo en un mundo libre puede existir amor: los autómatas no pueden amar. 

El poema que he copiado más arriba, de hace casi veinte años, nació de una homilía. Quien la dió era un joven sacerdote amigo recién ordenado. Asistí con afecto a su ordenación. Le conocí cuando llegó como diácono a la parroquia. Era un joven corpulento e impetuoso, con toda la fuerza del convertido hace poco. Su homilía fue una auténtica invectiva, muy enfocada en la cosa social, que nos sacudió a todos. Por supuesto, con la mejor intención. Quiso remover conciencias, y de mí, que no me hacen falta muchos estímulos para removerme entero y dudar de mis capacidades, consiguió que surgiera este poema al acabar la misa. Más allá de que muchas veces el mejor voluntarismo de buenos sacerdotes nos sometan a una presión si no desmedida, sí tal vez no adecuada al momento, lo cierto es que tenía razón: ¿qué clase de cristianos somos? Su grito resonante: "¡Sois tibios!", no era una acusación sin fundamento: esperaba mucho más de nosotros, como todo joven que espera de las generaciones que le preceden mucha más pureza, integridad, entrega, valor. Este joven sacerdote no era una excepción a ese admirable espíritu de su edad. Sin embargo, entonces, pocos años antes ya había iniciado mi conversión (yo mismo era un nuevo converso, poco menos joven que él), y aunque no era capaz de su entrega absoluta (jamás sentí llamada alguna a la vida religiosa), sí comenzaba a entregarme, sí comenzaba a creer, siquiera fuera de forma poco llamativa. Yo también gritaba, y exigía en mi interior menos tibieza. 

Y aunque después de casi veinte años sigo sin ser capaz de esa entrega incondicional, sin miedo, como aquel impetuoso sacerdote, lo cierto es que hoy puedo hacer mucho más mío que entonces mi último verso: "mas nunca tanto amor hubo en mi miedo." Y esto es lo que Dios quiere: nos pide que le demos todo, pero sabe de nuestras heridas. Hemos de recorrer un camino en el que Él nos acompañará de un modo u otro, nos hará sentir su presencia, para que podamos ir dándonos cada vez de foma más abierta, con menos miedo, con más confianza, para que vayamos sintiendo que el salto que nos pide nunca será un salto temerario o suicida, enloquecido, sino sostenido por un amor que va haciéndose más evidente en la medida que nuestra necesidad de Él se hace más y más sólida. En esto consiste nuestro peregrinar en esta vida.

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