lunes, 9 de marzo de 2020

Homenaje a un poeta que acaba de morir

Hoy nos ha dejado como sin querer molestar, dulce y honesto, un poeta inmenso, humildemente inmenso, calladamente inmenso, amorosamente inmenso: D. José Jiménez Lozano. En homenaje a este maestro sabio en humanidad, quiero colgar aquí, como lecturas de este día, siete poemas entre tantos de los suyos excelentes que, creo, lo definen de una manera profunda.

Que Dios lo tenga en su gloria por toda la belleza que nos regaló como si no valiera nada.

ADOLESCENCIA

Recuerdo como en sueños
la mesa de caoba, el cenicero
de cristal checo, el abrecartas
de plata, la suave y blanca
piel de la Enciclopedia con su canto de oro
y las rojas letras de la primera página,
el olor de las lilas, las noches de verano,
y el abejorro que se estrellaba contra la lámpara,
ávido de saber.
Las frágiles manos de la abuela
manejando el Kempis,
las blancas manos de Sara,
acariciando las rosas del jarrón azul,
los gatos somnolientos en el césped,
la algarabía de los pájaros al despuntar el alba
junto a mi ventana, en la alta enredadera.
Parece que he soñado,
pero todo es verdad. 
El Kempis de la abuela está aquí, en mi bolsillo,
y el tiempo, confirmando sus palabras,
ha descubierto la verdad de los amores:
sólo polvo y ceniza.
Pero todo ha sido, 
todo me ha conformado como soy:
libre y terco, algo melancólico,
recordador, escéptico y amador de la vida
que corre tan de prisa:
siempre había que cortar las lilas
en cuanto ya brotaban:
era su eternidad como el relámpago.

EL AMOR

¡Qué amargo el cardo!
Su flor morada ¡qué adusta penitencia,
terciopelo y memoria
de mondos huesos de un asnillo
o un perro muertos a la vera
del camino de aldea!
Pero, ¡qué fiel, qué áspero 
amigo será para tu tumba
contra el olvido, el hielo!
Aunque la cruz no señalara
allí donde tú yaces, esa rosa
violácea del cardo campesino 
y la magarza, allí estarán.
Como la mano del Todopoderoso
áspera y torpe y olorosa:
las manos de mamá ya anciana
arropándote con su reúma.
¡Qué tarde vas a comprender que este
cardo, y magarza y los yerbajos,
el llantén, la grama, malvas,
el saúco son el amor eterno!

REFUGIOS

¡Cuántos de los que amabas
ya han bajado a lo oscuro!
¡Hasta los antiguos árboles, regatos,
un perro, libros, atardeceres, lilas!
Mas son misericordiosos y hacen sombra
su memoria y recuerdo, y te acoges
a ella. Descubres verdaderamente
que te amaban. ¿Será tarde?

EMAÚS

Haces el camino de Emaús,
solo o acompañado, con frecuencia;
y ningún desconocido se unió al viaje,
nunca.
Mas Emaús está aún lejos;
quizás más adelante ocurra.

VIERNES SANTO

Mientras las gentes rezan
y el silencio se asienta sobre el pueblecito
despaciosamente como animal cansado,
el Viernes Santo está en su tarde
del indeciso abril, cierzo y lluvia fría,
pero la rosa se atrevió a desplegar
su tímida corola, roja o azulenca.
Y tú te quedaste con las rosas,
mientras Cristo moría, hora de sexta.
¿Cómo elegirías estar junto a la cruz,
habiendo rosas en tu jardín primaveral?
A la hora de nona, Él estaba muerto;
pero las rosas obstinadas resistían
las sombras de la noche y tú le traicionabas.
Mas ¿cómo te reprocharían sus dulces ojos
que ames a las rosas?

EVANGELIUM VERSUS HOMERUM 

¡Si pudieras contemplar el mundo 
como Homero lo hacía!
El sol, el agua, el cierzo, 
la tibieza de los cuerpos desnudos, 
el amor, la sangre y, al final, amarilla
o roja, la pacífica muerte.
¡Si pudieras olvidar el alma
y sus mentirosas aventuras!
¡Cuán felices transcurrirían tus días
a la sombra del pino, el sicomoro
bajo la lluvia o abatido
por el viento del norte, persiguiendo
a una obstinada cabra, a una muchacha
esquiva o corriendo tras las Pléyades!
Pero ya no puedes. ¡Estás tan pervertido,
tan carcomido por la herrumbre roja
del Evangelio, tan vana está tu vida como el olmo
a quien el pájaro carpintero y dulce
ha comido el corazón como un membrillo!
¿Cómo reconocerías otra belleza?

LA HIERBABUENA

Era una pequeña hierbabuena
que quería ser azucena, y penaba.
Sufrió mil años en las primaveras,
y quería extinguirse cada estío.
Justo se secó aquel año,
en que una pobre mujeruca enferma
buscó hierbabuena para su tisana, 
y sólo halló un matojo seco,
y azucenas.

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