lunes, 12 de octubre de 2015

Lecturas del día, lunes, 12 de octubre. Poema "Señor, tengo miedo. Mi alma en mí se estremece" de Paul Verlaine. Breve comentario


Primera lectura

Comienzo de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (1,1-7):

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús. A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de los santos, os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 97

R/.
El Señor da a conocer su victoria

Cantad al Señor un cantico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclamad al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,29-32):

En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.»

Palabra del Señor 

Poema:
"Señor, tengo miedo. Mi alma en mí se estremece" de Paul Verlaine 

Señor, tengo miedo. Mi alma en mí se estremece.
Veo, siento que debo amaros. Pero, ¿cómo,
yo, cómo podré yo, oh Dios mío, ser vuestro amante,
oh Justicia a quien teme la virtud de los buenos? 
  
¿Sí, cómo? Porque he aquí que se resquebraja la bóveda
donde mi corazón cavaba su sepultura
y que siento fluir en mí el firmamento,
y os diga ya: de Vos a mí, ¿cuál es el camino? 

Tendedme vuestra mano, que yo pueda alzar
esta carne encogida y este espíritu enfermo.
Pero recibir nunca el celeste abrazo, 

¿es posible? ¿Poder un día encontrar
en vuestro seno, en vuestro corazón que fue el nuestro,
el lugar donde reposa la cabeza del apóstol?

Seigneur, j'ai peur. Mon âme en moi tressaille toute.

Seigneur, j'ai peur. Mon âme en moi tressaille toute.
Je vois, je sens qu'il faut vous aimer. Mais comment
Moi, ceci, me ferai-je, ô vous Dieu, votre amant,
Ô Justice que la vertu des bons redoute?

Oui, comment? Car voici que s'ébranle la voûte
Où mon coeur creusait son ensevelissement
Et que je sens fluer à moi le firmament,
Et je vous dis: de vous à moi quelle est la route?

Tendez-moi votre main, que je puisse lever
Cette chair accroupie et cet esprit malade.
Mais recevoir jamais la céleste accolade,

Est-ce possible? Un jour, pouvoir la retrouver
Dans votre sein, dans votre coeur qui fut le nôtre,
La place où reposa la tête de l'apôtre?

Breve comentario. 

Paul Verlaine señala y describe de un modo que sólo logran conseguir los grandes pecadores arrepentidos, o que al menos intentan reconducir su vida, el problema central que aquí pretendo plantear. En el poeta hay sed de Dios; sabe que sin Él su vida no sólo no es que caiga en el sinsentido, sino que se desmorona en el abandono a todo tipo de tentaciones, falsos placeres, fugaces momentos de fingidas plenitudes, y verdaderos y hondos vacíos. Pero con la consciencia de saber dónde está la solución de su vida, se alza la pregunta más sincera y más humana: ¿Dónde estás, Señor? ¿Cuál es el camino que me conduce hacia Ti? Aspiro a abrazarte, nos dice el poeta, a estar contigo, a tu acogimiento; te necesito más que el aire que respiro, pero ¿dónde estás? Mi fragilidad sólo me hace ser consciente de mi necesidad de Ti. Quiero acercarme a Ti desde mis desiertos del hastío y el mal, pero qué lejos me pareces; mi alma está tan sucia... En un pedido conmovedor el poeta implora al Señor que le tienda la mano para sacarle de su inmundicia.

Hoy el hombre sabe con mayor o menor consciencia, como Verlaine, que el camino que sigue su vida tiene un sentido muy precario, como cogido con débiles hilos, prestos a romperse en cualquier momento. La soledad del hombre contemporáneo, sobre todo en Occidente, es abismal; y los pobres remedios a los que acude una y otra vez apenas ocultan tal situación. Ni siquiera muchos tienen la certeza de que Dios es la salida. Dios, a ese hombre confuso y confundido, le parece inaccesible, prescindible o limitador de una libertad que, así concebida, es la que le deja solo y vacío. Parece que Dios no nos puede ayudar. Parece que si Él no toma la iniciativa y nos tiende su mano, se nos hace imposible recurrir a Él: no podemos con su exigencia, con su sed de perfección. O se abaja, y nos saca del lodazal, o Dios no nos sirve de nada.

La Iglesia nos ofrece el camino que el propio Señor estableció en su fundación: los sacramentos. Y también el modelo de una vida basada en la oración, en la petición, en la escucha. Todo corazón doliente y alejado comienza por ahí, por hablarle a Dios desde su sufrimiento. Sólo después, cuando se ha dado cierta familiaridad en este diálogo, suele recurrir a las vías sacramentales. Pero lo importante es que éste no es camino ya trazado sin más. La conversión, la búsqueda de la cercanía a Dios, es personal y particular para cada uno de nosotros. No hay un camino igual a otro. Y la posible conversión es un proceso que dura lo que la vida. Incluso en los procesos fulminantes de apertura a Dios, no suele ser casi en ningún caso un borrón y cuenta nueva. Todos arrastramos nuestras fragilidades de antes. Hasta S. Pablo años después de su "caída del caballo" nos revela que sigue haciendo lo que no quiere, y lo que quiere sigue sin poder hacerlo, y hace referencia a las famosas espinas que Dios no le ha querido arrancar de su corazón para que no se envanezca su espíritu.

Es muy difícil (en verdad, es imposible) conocer la naturaleza de la misericordia de Dios. Lo infinito no es propio de la dimensión humana. Pero se precisa ese corazón contrito para recorrer ese camino que sólo cada uno irá descubriendo con Él. Verlaine, tan grandísimo poeta como pecador, supo de esta necesidad. Pero la certeza de haber encontrado el camino nunca la podemos lograr en esta vida. Es una construcción que con las señales que Dios nos da (Su Palabra, la oración, los sacramentos, la sana vida eclesial, el Magisterio, la Tradición...) nos ayuda a no desfallecer, a tener esa fe, esa esperanza y ese amor del que nunca poseemos completa experiencia, pues siempre están teñidos de nuestra debilidad. No importa de dónde partamos, aunque sea de muy abajo, como el poeta francés. Lo importante es que cobramos conciencia de que no podemos seguir viviendo como hasta ahora, y de que Él nos tiende, sí, la mano ("Dame la mano" dice Dios a la criatura que está a punto de crear, como Rilke describió en el poema que colgué hace unos días), pero sólo si antes nosotros la tendemos hacia Él. Y esta apertura es personalísima; posiblemente el ámbito más íntimo del ser humano. La apertura es la primera parte de ese camino que construyes tú con Él.

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