sábado, 1 de septiembre de 2018

Lecturas del día, sábado, 1 de septiembre. Poema "Mateo XXV, 30" de Jorge Luis Borges. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1,26-31):

Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así –como dice la Escritura– «el que se gloríe, que se gloríe en el Señor.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 32, 12-13. 18-19. 20-21
 
R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. R/.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,14-30):

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Finalmente se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo." El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán; ¿con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque el que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas, allí será el llanto y el rechinar de dientes."»

Palabra del Señor
 
Poema:
Mateo XXV, 30 de Jorge Luis Borges
 
El primer puente de Constitución y a mis pies
Fragor de trenes que tejían laberintos de hierro.
Humo y silbatos escalaban la noche,
Que de golpe fue el juicio Universal. Desde el invisible horizonte
Y desde el centro de mi ser, una voz infinita
Dijo estas cosas (estas cosas, no estas palabras,
Que son mi pobre traducción temporal de una sola palabra):
—Estrellas, pan, bibliotecas orientales y occidentales,
Naipes, tableros de ajedrez, galerías, claraboyas y sótanos,
Un cuerpo humano para andar por la tierra,
Uñas que crecen en la noche, en la muerte,
Sombra que olvida, atareados espejos que multiplican,
Declives de la música, la más dócil de las formas del tiempo,
Fronteras del Brasil y del Uruguay, caballos y mañanas,
Una pesa de bronce y un ejemplar de la Saga de Grettir,
Álgebra y fuego, la carga de Junín en tu sangre,
Días más populosos que Balzac, el olor de la madreselva,
Amor y víspera de amor y recuerdos intolerables,
El sueño como un tesoro enterrado, el dadivoso azar
Y la memoria, que el hombre no mira sin vértigo,
Todo eso te fue dado, y también
El antiguo alimento de los héroes:
La falsía, la derrota, la humillación.
En vano te hemos prodigado el océano,
En vano el sol, que vieron los maravillados ojos de Whitman;
Has gastado los años y te han gastado,
Y todavía no has escrito el poema.
 
 
Breve comentario
 
Para hacer rendir los talentos donados por el Señor a cada uno (y todos sin excepción participamos de esa variadísima herencia), hacen falta unos requisitos básicos a cumplir. En primer lugar, saber que se poseen. Si alguien no conoce sus cualidades, lo que se le da bien y lo que no, difícilmente podrá hacer rendir lo que no sabe que existe. En segundo lugar, tener un entorno que valide esos talentos, es decir, que la persona pueda utilizarlos, ponerlos a rendir. No todos los contextos sociales y culturales admiten como talentos ciertas cualidades. Es más, pueden incluso considerarlas como rasgos a combatir. Y en tercer lugar, y este es un factor crucial, la persona debe sentir que tiene la fortaleza interior de poder hacer rendir esos talentos. Se puede sentir que se vale para algo, pero carecer de la fuerza, de la fe necesaria para llevarlos a cabo. No es nada extraño que acudan personas a realizar una psicoterapia que, contando con una extraordinaria inteligencia o habilidades de todo tipo, sean incapaces de sacarles rendimiento. Saben que eso está ahí, en ellos, pero no pueden realizar aquello que son, como si un obstáculo interior frustrase su vida de forma misteriosa.
 
Será deformación profesional, pero, el empleado que no hace rendir el talento recibido, me provoca más conmiseración que condena. Es verdad que su respuesta al señor es durísima, toda una descalificación en toda regla de su autoridad, que por sí sola merece ya castigo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces". Pero observemos lo que a renglón seguido confiesa ante la tarea asignada: "tuve miedo". Esto es muy indicativo del mundo interior de esta persona: siente miedo de quien debería sentir confianza, gratitud, aprecio..., como se supone que sienten los otros dos empleados modélicos. Ante la exigencia, el compromiso, la responsabilidad, se encoge, se atemoriza. La autoridad del señor para este empleado es algo persecutorio, amenazante, peligroso incluso. 
 
¿De qué nos habla en definitiva esta constelación interior de vivencias, la afectividad de este empleado "holgazán"? De que habita un mundo sin fe. Las consultas de los psicólogos y psiquiatras están llenas de personas así, que viven esperando siempre expectativas negativas de los demás; se sienten como si siempre estuvieran sometidos a un perpetuo examen, a un juicio, a un tribunal, y que la sentencia que esperan será indefectiblemente condenatoria. Toda la admirable y opresiva obra de Kafka está basada en esta vivencia. Y el éxito de la misma desde su publicación (el autor se negó a publicarla en vida, y pidió a su mejor amigo que la destruyera), no sólo habla de su enorme calidad literaria, sino de la cantidad no menos enorme de personas que se identifican con el mundo interior de sus personajes. El siglo XX (y el XXI, por supuesto) es el siglo de la gente huérfana de toda referencia, huérfana de sí mismos, huérfana de verdad, de amor y de vida, huérfana de fe, huérfana de Dios. Bastantes comportamientos desafiantes a la autoridad de muchas personas, que no son necesariamente delincuentes ni pretenden alterar el orden, proceden de esta afectividad silenciosamente torturada. El jefe puede ser una bellísima persona, y como tal jefe nos exige un rendimiento, un control de nuestras tareas. A pesar de esta realidad objetiva incontrovertible, el subordinado con este conflicto interior tenderá a vivirlo como un aplastamiento de su libertad, como una tiranía, como una animadversión hacia su persona, como una intromisión en su intimidad. Y ello aun sabiendo que no hay comportamiento denunciable en aquel, pues está cumpliendo su función, incluso con amabilidad. A mí me ha ocurrido innumerables veces que basta con el simple gesto de mirar el reloj de pulsera cuando un tren está entrando en una estación para desencadenar una reacción de odio impresionante en el maquinista (los ferroviarios de mi país están para hacérselo mirar).
 
Vivimos sin fe, vivimos renegando de la autoridad, vivimos rechazando todo esfuerzo prolongado, todo compromiso; vivimos, en definitiva, muy heridos, pues apoyados tan sólo en nuestro ego, vacíos de referentes más que nuestros propios deseos y nuestras propias experiencias, nos hallamos completamente inermes y expuestos al miedo, a la soledad, a la frustración, a la soberbia reactiva que esconde nuestra esencial fragilidad, nuestra alma asustada y empobrecida. No hay nadie sin algún talento, el que sea, y el deber es hacerlo rendir por el bien de los demás y del nuestro propio. Sólo así en verdad daremos gloria a Dios con nuestra vida.
 
Intentemos escribir nuestro poema, amigos, aun cuando no estemos seguros de si tenemos el talento necesario; intentemos escribirlo aun cuando nuestro entorno nos niegue esa posibilidad, nos hurte el necesario apoyo o el reconocimiento de nuestro esfuerzo; intentemos escribirlo, en fin, porque podemos hacerlo, porque Dios nos ama, aunque nadie nos ame aquí abajo: seamos cómplices del amor que nos habita.
 

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