martes, 19 de septiembre de 2017

Lecturas del día, martes, 19 de septiembre. Poema "Cae el sol" de José Hierro. Breve comentario

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (3,1-13):

Es cierto que aspirar al cargo de obispo es aspirar a una excelente función. Por lo mismo, es preciso que el obispo sea irreprochable, que no se haya casado más que una vez; que sea sensato, prudente, bien educado, digno, hospitalario, hábil para enseñar; no dado al vino ni a la violencia, sino comprensivo, enemigo de pleitos y no ávido de dinero; que sepa gobernar bien su propia casa y educar dignamente a sus hijos. Porque, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios quien no sabe gobernar su propia casa? No debe ser recién convertido, no sea que se llene de soberbia y sea por eso condenado como el demonio. Es necesario que los no creyentes tengan buena opinión de él, para que no caiga en el descrédito ni en las redes del demonio. Los diáconos deben, asimismo, ser respetables y sin doblez, no dados al vino ni a negocios sucios; deben conservar la fe revelada con una conciencia limpia. Que se les ponga a prueba primero y luego, si no hay nada que reprocharles, que ejerzan su oficio de diáconos. Las mujeres deben ser igualmente respetables, no chismosas, juiciosas y fieles en todo. Los diáconos, que sean casados una sola vez y sepan gobernar bien a sus hijos y su propia casa. Los que ejercen bien el diaconado alcanzarán un puesto honroso y gran autoridad para hablar de la fe que tenemos en Cristo Jesús.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 100

R/.
Danos, Señor, tu bondad y tu justicia

Voy a cantar la bondad y la justicia;
para ti, Señor, tocaré mi música.
Voy a explicar el camino perfecto.
¿Cuándo vendrás a mí? R/.

Quiero proceder en mi casa con recta conciencia.
No quiero ocuparme de asuntos indignos,
aborrezco las acciones criminales. R/.

Al que en secreto difama a su prójimo
lo haré callar;
al altanero y al ambicioso
no los soportaré. R/.

Escojo a gente de fiar
para que vivan conmigo;
el que sigue un camino perfecto
será mi servidor. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (7,11-17):

En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre. Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores.» Acercándose al ataúd, lo tocó y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo Jesús: «Joven, yo te lo mando: levántate.» Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre. Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.» La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.

Palabra del Señor

Poema:
Cae el sol de José Hierro

Perdóname. No volverá a ocurrir.
Ahora quisiera
meditar, recogerme, olvidar: ser
hoja de olvido y soledad.
Hubiera sido necesario el viento
que esparce las escamas del otoño
con rumor y color.
Hubiera sido necesario el viento.


Hablo con la humildad,
con la desilusión, la gratitud
de quien vivió de la limosna de la vida.
Con la tristeza de quien busca
una pobre verdad en que apoyarse y descansar.
La limosna fue hermosa -seres, sueños, sucesos, amor-,
don gratuito, porque nada merecí.


¡Y la verdad! ¡Y la verdad!
Buscada a golpes, en los seres,
hiriéndolos e hiriéndome;
hurgada en las palabras;
cavada en lo profundo de los hechos
-mínimos, gigantescos, qué más da:
después de todo, nadie sabe
qué es lo pequeño y qué lo enorme;
grande puede llamarse a una cereza
(“hoy se caen solas las cerezas”,
me dijeron un día, y yo sé por qué fue),
pequeño puede ser un monte,
el universo y el amor.


Se me había olvidado algo
que había sucedido.
Algo de lo que yo me arrepentía
o, tal vez, me jactaba.
Algo que debió ser de otra manera.
Algo que era importante
porque pertenecía a mi vida: era mi vida.
(Perdóname si considero importante mi vida:
es todo lo que tengo, lo que tuve;
hace ya mucho tiempo, yo la habría vivido
a oscuras, sin lengua, sin oídos, sin manos,
colgado en el vacío,
sin esperanza.)


Pero se me ha borrado
la historia (la nostalgia)
y no tengo proyectos
para mañana, ni siquiera creo
que exista ese mañana (la esperanza).
Ando por el presente
y no vivo el presente
(la plenitud en el dolor y la alegría).
Parezco un desterrado
que ha olvidado hasta el nombre de su patria,
su situación precisa, los caminos
que conducen a ella.
Perdóname que necesite
averiguar su sitio exacto.


Y cuando sepa dónde la perdí,
quiero ofrecerte mi destierro, lo que vale
tanto como la vida para mí, que es su sentido.
Y entonces, triste, pero firme,
perdóname, te ofreceré una vida
ya sin demonio ni alucinaciones.


https://www.ivoox.com/jose-hierro-cae-sol-audios-mp3_rf_491744_1.html

Breve comentario

Es la victoria sobre la muerte la manifestación más clara de la omnipotencia divina. Ella es la clave de bóveda de la fe en Cristo, más aún que la cruz. La cruz sin resurrección no es más que una forma de muerte. Y los cristianos creemos en una religión de vida, de salvación, de plenitud, en un Dios vivo, triunfante. La cruz cobra sentido en la resurrección: es el camino para vencer el último gran obstáculo de nuestro peregrinar en la tierra.

Quisiera resaltar en esta ocasión no tanto la experiencia de la resurrección física o biológica, el devolver la vida a un cadáver, como la multitud de otras muertes de las que el Señor también nos resucita, si tenemos fe en Él y dejamos que opere en nosotros. Hay muchos tipos de muertes posibles, más allá o más acá de la propiamente orgánica: muerte espiritual, muerte moral, muerte de la esperanza, de la ilusión (muchas de estas últimas descritas con denominaciones que todos conocemos: depresión, melancolía, hastío, vacío existencial, acedía...). Este tipo de muertes es tan común y extendido como la biológica, y sus efectos no son menos espectaculares que aquella.

Salir de la muerte moral, espiritual y existencial también exige un previo camino de cruz. En tales casos la cruz es el dolor que provoca el envilecimiento ético en que hemos caído, la soledad, la ausencia de proyecto, de mañana, de motivación... Este tipo de sufrimiento es incluso peor que los más terribles dolores corporales. De hecho, si no se revierte, lleva a la muerte literal de la persona, bien sea de forma activa, provocándosela mediante el suicidio, bien por la somatización o transformación al lenguaje corporal de todo ese sufrimiento espiritual o moral que produce graves y a la postre incurables trastornos orgánicos. Pero una cruz sin Cristo sólo es desesperación y muerte, sinsentido y absurdo, puro nihilismo. Borges escribió, en un famoso poema ("Cristo en la cruz") que colgué hace meses aquí, que no entendía cómo podía ayudarle el sufrimiento de Cristo si él sufría ahora. Nunca me deja de sorprender la estupidez de los muy inteligentes y eruditos. Precisamente saber que Cristo estuvo clavado en la cruz, sin bajarse de ella, sin echar mano de su omnipotencia que hubiera fulminado a sus verdugos y a los que le humillaban, y que estuvo allí por mí, por mis pecados, por mis miserias, dos mil años antes de que yo naciera, es lo que me ayuda a no sentirme absolutamente solo en mi dolor, a saber (saber, sí, pues la fe es una forma de conocer, aunque no lo sea de verificar o comprobar) que mis cruces tienen un sentido y un final, y que ellas sólo son un medio para alcanzar la verdadera plenitud de mi vida. Esto es lo que siente  todo cristiano católico coherente con su fe. Y así lo llevamos sintiendo y sabiendo desde hace dos mil años la humanidad que creyó en Aquél que se dejó matar para salvarnos con aquella muerte, sí, pero también con su resurrección. Borges indudablemente estaba ciego, y no sólo por sus ojos.

En este magnífico poema de Hierro no sabemos con seguridad con quién conversa, si no es tal vez consigo mismo. El poeta retrata una actitud vital de profundo dolor existencial, de vacío, de falta de esperanza, de "destierro" con respecto a su propia vida y a la vida en general. Sin embargo, en medio de esa formidable cruz interior, expresa en los versos finales una lúcida esperanza:

"Y entonces, triste, pero firme,
perdóname, te ofreceré una vida
ya sin demonio ni alucinaciones."


A estas alturas de mi vida no me cuesta nada confesar que me reconozco en el excelente retrato espiritual que Hierro hace de su alma. A mis días, aunque todavía no en la ancianidad, ya va cayendo el sol. Pero no es una noche necesariamente oscura lo que se cierne en mi futuro, sino la extraña luz del que renuncia a los demonios y alucinaciones de un mundo que te hace apegarte a él con proyectos que en verdad no procedían de ti, sino de su seducción. Y esta capacidad de renuncia, que en mi caso vino facilitada por el fracaso para pertenecer a él (mi muy duro ayer y hoy cada vez más querido destierro, que, como al poeta, es el sentido de mi vida, mi vida misma), sólo puede provenir del ejemplo, de la presencia, de la vivencia, del testimonio de vida y amor de Cristo en mi alma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.