lunes, 4 de septiembre de 2017

Lecturas del día, lunes, 4 de septiembre. Poema "Desconocido" de Jorge Debravo. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (4,13-18):

No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él. Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.

Palabra de Dios

Salmo

Salmo responsorial Sal 95,1.3.4-5.11-12a.12b-13

R/.
El Señor llega a regir la tierra

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R/.

Porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo. R/.

Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar
y cuanto lo llena; vitoreen los campos
y cuanto hay en ellos. R/.

Aclamen los árboles del bosque,
delante del Señor, que ya llega, ya llega
a regir la tierra: regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,16-30):

En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo" y' "haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún".» Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos de] profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Palabra del Señor 

Poema: 
Desconocido de Jorge Debravo

Hay quienes desconfían de ti, Desconocido
y te miran el alma con pupilas de piedra.

Hay quienes imaginan que no eres de su raza
sino de la del odio y la blasfemia.

Sólo los que te palpan con la hoja del amor
comprenden tu honradez sonámbula de bestia.

Sólo los que despiertan desde antes de nacer,
saben que entre tus ojos madura la inocencia.

Que te rompes al simple contacto del abrazo
a pesar de tus ropas extranjeras.

Breve comentario

Con qué facilidad se pasa del amor al odio, qué delgada línea los separa, cuando se muestran tan opuestos. El pueblo de Nazaret asiste extasiado a la predicación de Jesús en el templo; la autoridad con la que habla, su extraordinaria sabiduría y lucidez al comentar los textos, le deja arrobado. Pero el Señor ya sabe cómo van a reaccionar de inmediato: «¿No es éste el hijo de José?». La admiración dura poco; se impone la realidad pedestre con toda su mezquindad en los corazones mezquinos: para ser el hijo del carpintero, habla muy bien. Esta actitud desbarata por sí misma toda la acción del Señor, pues ella se basa en la fe: si no hay fe, Dios no aparece. Y como los perfectos mezquinos que son, se dan a su vez por ofendidos cuando aquel profeta, citando las Escrituras, les anuncia que no va a hacer ningún milagro en su tierra, al contrario que en tantos otros lugares de Judea. 

El miserable no ve su miseria, y en su ceguera la exhibe con un impudor del que no es consciente. Esperaban que aquel vecino suyo, de origen insignificante pero que, por extraños designios, parecía tan inteligente y pródigo de dones, les regalaría algo de ese poder, dada la vecindad. No creían en Él: simplemente esperaban aprovecharse de un tipo al que Dios parece que le había beneficiado. No hay fe, no hay amor, no hay nada: mero egoísmo, con ese egoísmo zafio del que se dice "a ver lo que pillo de éste, que le conozco de toda la vida." Por supuesto, el Señor, ante esta actitud, no hará nada por ellos. Y, por supuesto, lo intentarán matar cuando se sienten despreciados injustamente. El miserable, en efecto, no ve su miseria: «¿No es éste el hijo de José?». ¿Quién despreció a quién?

Por cierto, hoy alguien me ha dicho que quiere que le pague unas gafas... El miserable no ve su miseria, ¡y con qué impudor la exhibe! 

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