jueves, 7 de septiembre de 2017

Lecturas del día, jueves, 7 de septiembre. Poemas "Miedo" de Alfonsina Storni, "El miedo" de Alejandra Pizarnik y "Con la franqueza de un niño" de Doiraje. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,9-14):

Desde que nos enteramos de vuestra conducta, no dejamos de rezar a Dios por vosotros y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esta manera, vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaréis en toda clase de obras buenas y aumentará vuestro conocimiento de Dios. El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría, dando gracias al Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 97,2-3ab.3cd-4.5-6

R/.
El Señor da a conocer su victoria

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.

Tocad la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (5,1-11):

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.» Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.» Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.» Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres.» Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Palabra del Señor

Poemas:
Miedo de Alfonsina Storni 

Aquí, sobre tu pecho, tengo miedo de todo;
estréchame en tus brazos como una golondrina
y dime la palabra, la palabra divina
que encuentre en mis oídos dulcísimo acomodo.

Háblame de amor, arrúllame, dame el mejor apodo,
besa mis pobres manos, acaricia la fina
mata de mis cabellos, y olvidaré, mezquina,
que soy, ¡oh cielo eterno!, sólo un poco de lodo.

¡Es tan mala la vida! ¡Andan sueltas las fieras...!
Oh, no he tenido nunca las bellas primaveras
que tienen las mujeres cuando todo lo ignoran.

En tus brazos, amado, quiero soñar en ellos,
mientras tus manos blancas suavizan mis cabellos,
mientras mis labios besan, mientras mis ojos lloran. 

El miedo de Alejandra Pizarnik

En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tú del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo. 


Con la franqueza de un niño de Doiraje

Te tengo miedo, Señor.
No puedo acercarme a ti con la franqueza de un niño,
del niño que nunca fui.
Sé que no soy justo con tu amor infinito,
ni siquiera con mi necesidad de ti,
inevitablemente infinita.
Padre, ábreme mi corazón a la confianza,
hazme capaz de reposar en tu sombra, libérame
de estas cadenas que me aíslan de ti,
de mí.
            Señor, Padre nuestro
que estás en el cielo,
toma mi alma y seréname,
seréname, seréname...

Breve comentario

"Duc in altum", o como se suele traducir, "Rema mar adentro", nos ordena el Señor. No es fácil remar mar adentro cuando el mar es una amenaza; amenaza de hambre (no hay peces), amenaza de muerte (tempestades, vientos indomables...), amenaza de profundidad, de ceguera, de silencio, de humedad que mancha, que seca gargantas, que ata..., de nada que amenaza. Y remar sin apenas remos; y remar en una barca que es apenas un pequeño cascarón de maderas podridas; y remar cuando no se sabe remar; remar contra la marea, ante vientos contrarios, sin distinguir horizonte ni dirección definida más allá de una muerte segura. Y, sin embargo, no deja de ordenarnos que rememos mar adentro, siempre más adentro. Así, es muy difícil evitar el miedo. Sabemos que el miedo resalta los riesgos y los peligros, y hace disminuir o incluso llega a bloquear nuestras capacidades para afrontar la realidad, pero ésta puede llegar a ser muy dura, y el apoyo de Dios muy leve en proporción a nuestro pánico. Es conocido que las tropas a la hora del combate logran cobrar ánimo cuando ven a sus superiores con ellos, luchando en primera línea; ver a un sacerdote rezar hace rezar a quien lo contempla, aun teniendo poca fe. Para remar mar adentro en medio de todas nuestras cruces y de las cruces del mundo necesitamos de una presencia, como se dice ahora, masiva de Dios para que logremos afrontar tanto peso, tanta tiniebla, tanto dolor, tanta muerte, tanta amenaza, tanto tantísimo miedo. No es fácil no tener miedo en un Dios que espera a que des por fe el primer paso (una vez que Él dio el primero un día). No es fácil no tener miedo a un Dios que ha cargado de cruces tu vida, y no cesa de hacerlo. No es fácil no querer liberarse de tanta cruz, cuando esperamos que seguir remando mar adentro no nos va a traer más que dolor en todas sus formas, cuando remar es ya sólo dolor.

La fe tiene estos misterios, exige esta confianza, demanda esta apertura. En la medida que consintamos en obedecer este mandato, iremos comprobando que Dios nos va acompañando más y más, y que el remar es más sencillo o su esfuerzo mucho más llevadero. Incluso sentiremos que las tormentas no son para tanto, que los vientos no pueden desviarnos de nuestra ruta, que hay bancos de peces donde y cuando menos los esperamos. Pero ese primer o muchos segundos momentos de soledad en que nos enfrentamos con la orden desnuda del Señor, "Duc in altum", no nos lo va a quitar nadie, pues necesitamos creer en lo que no se ve, tener fe, echar a andar o a remar sin saber, poniéndolo todo en manos de Dios. Confiar ciegamente es muy duro; lo hacemos con poquísimas personas, a las que conocemos muy bien, de muchos años, a las que podemos tocar, ver, escuchar; confiar aún más ciegamente en un espíritu es mucho más complicado, aunque hayamos tenido un encuentro "personal" con Aquel.

Las dos poetas y el poetastro que es uno saben mucho de miedo, cruces, decepciones y cansancios. Las dos primeras se suicidaron, Alfonsina con 46 años y Alejandra con 36, y un servidor que anduvo en su juventud muy cerca en más de una ocasión. Los tres hemos tenido unas biografías especialmente difíciles, que dejó marcas graves y profundas en nuestro carácter. De los tres, y de momento, soy el mejor parado, porque sigo vivo, tal vez porque soy peor poeta, y porque he conseguido remar un poco mejor gracias literalmente a Dios. Cuando escribí el poema (enero de 2000) estaba algo más que harto de cruces y cargas abrumadoras, aunque para entonces ya había descubierto la presencia de Dios en mi vida de forma incluso en ocasiones muy notable (lo que llamamos eso de "encuentro personal"). Mi miedo al Señor residía en los sufrimientos venideros que me habría de asignar. Tras todo lo que ha llovido desde entonces, que ha seguido siendo una buena sucesión de cruces y más cruces, le sigo temiendo, como se dice en castizo, más que a un nublado. Dios ama a los que elige, pero a los que elige, dicho también en castizo, los cruje vivos. Y a uno ya le crujen, a mis 54 años, todos los huesos. Así, lo que debería ser un sano temor de Dios es también un cierto cansancio: no me prefieras tanto, por favor, y permíteme que deje de remar un poco. Cuando así pienso, vuelve el miedo a todo lo que he descrito, las amenazas del agua, las tormentas, la angustia, etc. No me queda otra que remar, aunque literalmente deslomado con mis dos operaciones de espalda.

Le he leído a mi mujer el poema de Alfonsina. Y se ha emocionado; se ha visto retratada. Es una buena síntesis de nuestra relación como pareja (matrimonio por la Iglesia, por supuesto). Ella padece de un miedo pánico a los perros. No es una simple fobia. El pánico es el miedo a morir de inmediato. Ha logrado controlar a duras penas este terror cuando el perro está atado, pero cuando está suelto... mi mujer literalmente muere, se ve muerta. Es una experiencia que no se la deseo a nadie. Bien, pues padezco, padecemos desde hace más años de los que puedo contar la cruz de que a algunos les divierte humillarme y humillarnos sacándonos a propósito perros sueltos. Y, sin embargo, nos dice el Señor a ambos, "Duc in altum, duc in altum!" Más cansados ambos, exhaustos incluso, con mis rebeliones internas a estos "crueles" planes de Dios, ya llevamos 22 años juntos. Por supuesto, sé que me esperan más perros sueltos, más tentaciones de engañar a Isabelita con otras mujeres más seguras de sí (por alguna razón que se me escapa he tenido y aún tengo una cierta facilidad para caerles a ellas simpático, digámoslo así), de escapar de mi deber y de la voluntad de Dios para mi vida. Sólo sé que no me suicidaré y que seguiré remando mar adentro con mi mujer hasta que Dios quiera, pues mientras rememos no naufragaremos en este mundo de fieras sueltas. Duc in altum, amigos.
Aquí, sobre tu pecho, tengo miedo de todo;
estréchame en tus brazos como una golondrina
y dime la palabra, la palabra divina
que encuentre en mis oídos dulcísimo acomodo.

Háblame de amor, arrúllame, dame el mejor apodo,
besa mis pobres manos, acaricia la fina
mata de mis cabellos, y olvidaré, mezquina,
que soy, ¡oh cielo eterno!, sólo un poco de lodo.

¡Es tan mala la vida! ¡Andan sueltas las fieras...!
Oh, no he tenido nunca las bellas primaveras
que tienen las mujeres cuando todo lo ignoran.

En tus brazos, amado, quiero soñar en ellos,
mientras tus manos blancas suavizan mis cabellos,
mientras mis labios besan, mientras mis ojos lloran.

Lea más: https://www.latino-poemas.net/modules/publisher2/article.php?storyid=407 © Lati 

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