jueves, 17 de septiembre de 2015

Lecturas del día, jueves, 17 de septiembre. Poema "El alquimista en la ciudad" de G. M. Hopkins


Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (4,12-16):

Nadie te desprecie por ser joven; sé tú un modelo para los fieles, en el hablar y en la conducta, en el amor, la fe y la honradez. Mientras llego, preocúpate de la lectura pública, de animar y enseñar. No descuides el don que posees, que se te concedió por indicación de una profecía con la imposición de manos de los presbíteros. Preocúpate de esas cosas y dedícate a ellas, para que todos vean cómo adelantas. Cuídate tú y cuida la enseñanza; sé constante; si lo haces, te salvarás a ti y a los que te escuchan.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 110,7-8.9.10

R/.
Grandes son las obras del Señor

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud. R/.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó para siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible. R/.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que lo practican;
la alabanza del Señor dura por siempre. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,36-50):

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.»
Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.»
Él respondió: «Dímelo, maestro.»
Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debla quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?»
Simón contestó: «Supongo que aquel a quien le perdonó más.»
Jesús le dijo: «Has juzgado rectamente.»
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.»
Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.»
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?»
Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»

Palabra del Señor

Poema:
El alquimista en la ciudad de G. M. Hopkins

Mi ventana se abre a las viajeras nubes,
a las hojas caídas, las estaciones nuevas, al cielo en movimiento,
al flujo y al reflujo de las muchedumbres;
el mundo entero pasa; yo permanezco.
 
Ellos no desperdician sus bien medidas horas,
mas hombres y maestros planean y construyen;
y veo el coronarse de sus torres,
y cumplirse sus felices promesas.  

Y yo...quizás si mi proyecto osado
lo intentara en edad prediluviana,
los esfuerzos que hubiera yo empleado,
habrían obtenido así su herencia.  

Pero ahora aun antes que el crisol refluja
con el oro que nunca ha de ser descubierto,
inútilmente soplarán los fuelles
y el horno al fin se mantendrá apagado.  

Es tarde ya para curar ahora
la vergüenza incapaz y bochornosa
que me hace cuando trato con los hombres,
más sin poder que el ciego o el inválido.  

No, yo debería amar la ciudad menos
que esta mi ciencia popular e ingrata;
mas quiero los desiertos
o las lindes frondosas de la playa.  

Camino por airosos altozanos
para observar el poniente o el levante,
miro el revolear de las palomas
y el de las golondrinas por las torres  

altas, y el suelo, y abajo se entrecruzan
zigzagueando el aire ponderoso;
después encuentro sobre el horizonte
un sitio, y allí encontrarme anhelo.  

Entonces odio al máximo esta ciencia
que no lleva consigo ningún éxito;
y parece más dulce la playa sin morada
y el salvaje desierto libre y grato;  

o las antiguas tumbas guardadoras de huesos,
o las rocas que anidan las palomas torcaces,
o los árboles del terebinto y las ruinas,
y el silencio, y del aire el torbellino.  

Allí en profunda y escarpada altura,
puesto ya el sol, me quedaré muy quieto,
traspasaré la luz cerosa y amarilla
con una libre y larga mirada, y moriré.

 

The Alchemist in the City


My window shows the traveling clouds,
Leaves spent, new seasons, alter'd sky,
The making and melting crowds:
The whole world passes; I stand by. 

They do not waste their meted hours,
But men and masters plan and build:
I see the crowning of their towers,
And happy promises fulfill'd.

And I perhaps if my intent
Could count on prediluvian age,
The labors I should then have spent
Might so attain their heritage,

But before the pot can glow
With not to be discover'd gold,
At length the bellows shall not blow,
The furnace shall at last be cold. 

Yet it is now too late to heal
The incapable and cumbrous shame
Which makes me when with men I deal
More powerless than the blind or lame. 

No, I should love the city less
Even than this my thankless lore;
But I desire the wilderness
Or weeded landslips of the shore. 

I walk my breezy belvedere
To watch the low or levant sun,
I see the city pigeons veer,
I mark the tower swallows run

Between the tower-top and the ground
Below me in the bearing air;
Then find in the horizon-round
One spot and hunger to be there.

And then I hate the most that lore
That holds no promise of success;
Then sweetest seems the houseless shore,
Then free and kind the wilderness.

Or ancient mounds that cover bones,
Or rocks where rockdoves do repair
And trees of terebinth and stones
And silence and a gulf of air. 

There on a long and squared height
After the sunset I would lie,
And pierce the yellow waxen light
With free long looking, ere I die.

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